Pese a que a lo largo de su carrera dirigió
trenta y cinco películas y participó como actor
en más de ciento cincuenta, el cineasta Vittorio de Sica
ha quedado en la historia del cine con mayúsculas por dirigir
algunos de los títulos más memorables del neorrealismo
italiano. Junto a directores como Roberto Rossellini o Luchino
Visconti, el autor de El ladrón de bicicletas es
una de las figuras preeminentes de esta corriente cinematográfica
que se desarrolló en Italia a partir del desenlace de la
Segunda Guerra Mundial.
Nacido
en la pequeña localidad de Sora, a medio camino entre Roma
y Nápoles, el siete de julio de 1901, desde muy joven Vittorio
de Sica se sintió atraído por la interpretación.
Con dieciséis años debutó en el mundo del
cine en la película Il Proceso Clémenceau;
su talento le permitió escapar del futuro gris que le aguardaba
como oficinista, un empleo que desarrolló durante algún
tiempo para ayudar a su familia.
A lo largo de la década de los 20 y los
30 se convirtió en un popular actor de teatro, especializado
en comedias ligeras. Trabajando en este medio conoció a
la que sería su primera esposa, la actriz Giuditta Risone,
junto a la cual fundó su propia compañía
con la que produjo diversas obras. También en esos años
fueron frecuentes su apariciones en el cine, que multiplicaron
su fama por toda Italia.
Su debut como director llegó en 1939 con
una comedia ligera, Rose Scarlatte, en la línea
de los títulos que le habían hecho un intérprete
famoso. A este mismo género pueden adscribirse sus tres
siguientes largometrajes, cuyo interés es más bien
escaso. Ya en 1942, con la Segunda Guerra Mundial en su apogeo,
rueda Los niños nos observan, considerada, junto
a Obsesión de Luchino Visconti, uno de los precedentes
más directos de lo que tras la contienda sería el
cine neorrealista.
Su primer largometraje totalmente neorrealista
fue El limpiabotas (1946). Está película
supuso también su primera colaboración con el guionista
Césare Zavattini, el principal teórico del neorrealismo
italiano, con el que continuó trabajando en más
de veinte largometrajes hasta su muerte, a mediados de los años
70.
El limpiabotas le concedió también
un importante reconocimiento fuera de Italia, en particular en
Estados Unidos, donde se le concedió un Oscar especial
en una época en la que aún no se había instaurado
el premio a la mejor película extranjera.
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