Un bello canto fúnebre y una floja tragicomedia cierran la Sección Oficial

Silent Souls envuelve con una potente poeticidad visual un bello documento antropológico camuflado de ficción. The Happy Housewife desaprovecha buenas ideas y buenos diálogos para convertirse en un tópico telefilme sobre la locura.

Juan Antonio Bermúdez

Desde Rusia, con amor (el de su abnegado protagonista) y a primera hora de la última sesión, nos sorprendió una de las mejores películas que hemos podido ver en la Sección Oficial del SEFF’10. Silent Souls, dirigida por Aleksei Fedorchenko, rezuma tradición formal de alta escuela rusa. Cerrados o abiertos, sus simbólicos, largos y tarkovskianos planos estáticos trasladan una emoción cada vez más difícil de encontrar incluso en festivales, ante la arrolladora avalancha de movimiento, fragmentariedad y ruido que caracteriza al audiovisual contemporáneo.

Su poético envoltorio es el precioso vehículo que sirve para presentarnos algunos de los ritos de la ancestral cultura Merja, nativa de las orillas del Volga y casi absorbida por la industrialización. La película funciona a la perfección como documental antropológico, con la particular habilidad de integrar esta mirada, con algunas perdonables fricciones de guión, en una minimalista historia de fición viajera en la que dos hombres se disponen a enterrar a la esposa de uno de ellos por el rito merja.

La fabulosa escena en la que lavan y preparan el cadáver de la mujer, rodada en un único y larguísimo plano fijo desde la cabecera de su cama, justifica todos los madrugones que nos ha exigido la asistencia a las proyecciones matinales de esta Sección Oficial.

Una lástima que, a continuación, la última película a concurso nos dejara un mal sabor de boca. La cinta holandesa The Happy Housewife parte como una ácida comedia sobre el embarazo y la depresión post-parto, para revelarse más tarde como un facilón drama psicológico. Por el camino, queda un acercamiento a la locura que roza la frivolidad, unos personajes que rozan la insustancialidad y un trauma justificador que roza el Deux ex machina.

Al guión se le ven las costuras, las trampas y las trampillas. Y la chispa de algunos diálogos se diluye en una puesta en escena banal, ñoña, con alma de telefilme primerizo. Esperemos que su directora, la holandesa Antoinette Beumer, sepa aprovechar mejor en otras ocasiones sus buenas ideas.

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