Dos películas pequeñas elevan el listón en San Sebastián
Carta de una desconocida, de Xu Jinglei, y Omagh, de Pete Travis, eclipsan a los grandes nombres de la Sección Oficial
Carlos Leal
Se esperaba con ansiedad la llegada de los nuevos trabajos de los veteranos Goran Paskaljevic y Robert Guédiguian en la Sección Oficial; sin embargo, las películas más brillantes que se han podido ver en el Kursaal hasta el momento han corrido a cargo de Xu Jinglei (Carta de una desconocida) y Pete Travis (Omagh), dos realizadores poco conocidos que además compiten por el premio Nuevos Directores.
Carta de una desconocida es una nueva adaptación cinematográfica de la novela homónima de Stefan Zweig, que ya fue llevada a la gran pantalla en 1948 por Max Ophüls. La actriz china Xu Jinglei dirige y protagoniza esta historia de amor ambientada en Pekin durante las décadas de los 30 y los 40, que sorprende sobre todo por su realización de corte clásico y su excelente factura técnica.
Por su parte, Omagh es un descarnado acercamiento al atentado que costó la vida a 31 personas en Irlanda del Norte en 1998. Con una realización semidocumental y una fotografía dura, el debutante Pete Travis recorre a través de los ojos del actor Gerard McSorley el atentado, sus consecuencias y la investigación subsiguiente con una mirada a medio camino entre la empatía con las víctimas de la tragedia y la denuncia política. No en vano, Omagh está escrita por Paul Greengrass, ganador hace dos años del Oso de Oro de la Berlinale por otra película centrada en el conflicto norirlandés, Bloody Sunday.
Más indiferente ha resultado la participación en la Sección Oficial de los reputados Goran Paskaljevic (Sueño de una noche de invierno) y Robert Guédiguian (Mi padre es ingeniero). El director serbio firma una fábula en torno a las consecuencias del conflicto de los Balcanes en su país, protagonizada por un ex convicto que regresa a casa y la encuentra ocupada por una madre soltera y su hija autista. No obstante, el poder de esta evidente metáfora se ve lastrado por los excesos dramáticos del guión y por un final sorprendente y anticlimático.
Mientras, Guédiguian conserva las constantes de su filmografía en Mi padre es ingeniero, un nuevo drama con trasfondo social ambientado en la ciudad de Marsella y protagonizado por sus habituales Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan. Sin embargo, en esta ocasión el director de Marius y Jeannette parece extrañamente descentrado, y su revisión de la mitología cristiana funciona sólo a ratos. Una decepción.
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