Neil Jordan no defrauda

Por Silvia Ruano

Se ha convertido Neil Jordan en uno de esos directores, que sin pertenecer quizá al selecto grupo de cineastas cuyos títulos levantan siempre expectación entre críticos e incondicionales, constituye casi un valor seguro para quienes, a lo largo de los años, han seguido con interés la más que solvente trayectoria del irlandés. Versátil como pocos -en su filmografía alternan géneros tan dispares como el fantástico (Entrevista con el vampiro), el político (Juego de lágrimas, Michael Collins), o el melodrama romántico (El fin del romance)-, y poseedor de una mirada siempre propia y diferenciada que en alguna ocasión ha cristalizado en proyectos tan inclasificables como A contracorriente; su nueva entrega, un remake de la película de Jean-Pierre Melville Bob le Flambeur, que lamentablemente desconozco, vuelve a confirmar una vez más que su cine raramente defrauda (tal vez su único descalabro serio haya sido No somos ángeles.)

Además de la pericia narrativa del realizador, que hace que el film se eleve sobre sus defectos (una historia en el fondo poco o nada novedosa y algún que otro convencionalismo), asegurándose la complicidad del espectador, Jordan juega con la naturaleza dual de todas las piezas que componen este divertimento: la misma ciudad donde transcurre la acción, una Niza luminosa, cosmpolita y sofisticada, de la que se muestran también sus letrinas (antros y tugurios de mala muerte, camellos, proxenetas, etc.); el protagonista, un ladrón con cierto código ético, tan elegante, refinado, y vividor como heroinómano, jugador y de suerte cochambrosa en el momento de su presentación; la relación entre éste y el policía que le ha detenido varias veces, de indisimulado aprecio mutuo; el golpe planeado, cuya singularidad radica en desviar la atención del robo real, difundiendo rumores sobre otro falso, con distinto botín; las reproducciones expuestas en el Casino de los cuadros originales que se guardan en una villa próxima; la treta de Bob Montagnet al marchante de arte; el modo en que el azar trastoca todo lo previsto, reservándose una última carta...

Para mantener en pie este castillo de naipes, erigido en medio de un universo de perdederores casi vocacionales, que han aprendido a tratar el fracaso de frente y con ironía para seguir (sobre)viviendo, Jordan cuenta con la inestimable colaboración de un Nick Nolte en plena madurez de su talento, que encarna, con la experiencia de viejo zorro curtido en mil batallas, un personaje, entre decadente y seductor, escrito a su medida. Acompaña al actor norteamericano un reparto convincente en el que destaca la actriz georgiana Nutsa Kukhianidze, toda una revelación, en el papel de Anna, una joven prostituta procedente de los países del Este a la que Bob protege y da cobijo en su casa. A la cálida y sensual fotografía con que Chris Menges arropa a los desamparados seres que pueblan la cinta, se une la pausada y romántica letanía de Leonard Cohen en su "A thousand kisses deep" o la versión de Bono de la burlona "That´s life", hallazgos de la aterciopelada banda sonora de Elliot Goldenthal.

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