La vida es un milagro

Por Carlos Leal

La felicidad es un chorro de agua fresca en una tarde calurosa de verano. El mal es una bolsa llena de dinero de dudosa procedencia. Con un poco de esfuerzo en hacer lo correcto, cualquiera puede ganarse el cielo (todos menos los mormones). Con principios tan sencillos, el director Danny Boyle y el guionista Frank Cottrell Boyce se abren un huequecito en nuestro corazón. Claro que las críticas no se hacen con el corazón sino con la cabeza. Y Millones, como película, es cualquier cosa menos sencilla.

Resulta paradójico que Danny Boyle, pope de la modernidad cinematográfica que ha alcanzado los mejores momentos de su carrera con las evasivas y violentas Tumba abierta, Trainspotting y 28 días después, sea quien firme este emocionante cuento moral desprovisto por completo de ironía. En su sexta película, Boyle adopta la mirada de un niño de siete años, esa fabulosa edad en la que el pensamiento mágico aún se resiste a ceder el paso por completo a la racionalidad.

El protagonista de Millones, Damian, no juega con amigos invisibles ni sueña con ser futbolista de primera división; Damian está obsesionado con los santos. Su hermano mayor Anthony tomó el camino contrario después de morir su madre y a sus nueve años sólo piensa en convertirse en millonario. Una maleta llena de libras esterlinas en vísperas de la adopción del euro en el Reino Unido es la excusa perfecta para plantear cuestiones morales esenciales en torno a la propiedad y la exclusión, la generosidad y el exhibicionismo, la realidad y la imaginación, la memoria y el olvido.

Tomando como narrador a un niño en edad prelógica (magnífico Alexander Nathan Etel), Danny Boyle consigue guiar sin demasiados titubeos esta difícil historia que transita el límite de la surrealidad y cuyo final remite al optimismo contagioso de las fábulas de Emir Kusturica. Y a su alrededor construye un envoltorio audiovisual barroco en el que todas las piezas encajan a la perfección: desde los efectos visuales marca de la casa hasta la colorista fotografía de Anthony Dod Mantle (Dogville) o la partitura de John Murphy, algo deudora del Danny Elfman de Eduardo Manostijeras.

Es, en definitiva, Millones una de las mejores películas rodadas hasta la fecha por Danny Boyle, un realizador irregular que depende en buena medida de la calidad de los guiones que llegan a sus manos. El director de Trainspotting ha abandonado los caminos que transitaba para dar un salto de fe, y el resultado es una película compleja y muy bella, con una superficie apacible y un fondo ético radical. Un cambio saludable.

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