Doris Day reloaded

Por Pablo Vázquez

En su momento, las comedias de Rock Hudson y Doris Day fueron vistas por los sectores más avejentados de la crítica como muestras de la decadencia y banalización de la gran comedia norteamericana. Cierto es que estas películas, algunas ya reconocidas hoy como obras maestras, se vanagloriaban de un saludable abanico de recursos sexuales (como pronto o al mismo tiempo lo harían David Swift, Richard Quine o Melvin Frank) y de unos niveles casi obscenos de frivolidad sofisticada, pero no por ello traicionaban el legado de los grandes maestros, con Lubitsch a la cabeza. Simplemente nos daban la razón a los que opinamos que una bragueta abierta siempre mostrará más que una puerta cerrada.

En un momento como el actual, Abajo el amor, reconstrucción de esta misma frivolidad en teoría irrecuperable, podía haber funcionado como una reinvención actualizada a la mayor permisividad del nuevo siglo y a los gustos de su público. Peyton Reed, tras la sorprendente A por todas, parecía el hombre adecuado para afrontar una misión nada sencilla, aunque al final nos haya dado gato por liebre: su película no es más que un calco esmerado de la fórmula visual y narrativa de aquellos clásicos, notable si nos limitamos a juzgar los aspectos escénicos pero deficiente a la hora de recuperar la chispa y magia de sus referentes.

Así, un cásting acertado y la eficacia de escenas puntuales (el primer intento de cita con el personaje de McGregor o el ingenioso uso de la split-screen) contrasta con un precario sentido de la ironía y una frivolidad que de tan buscada, pierde todo su glamour y sentido chic, carencias que se subrayan en la alargada resolución, que incluso parece acusar cierta desgana en la planificación y la puesta en escena (algo imperdonable en una película que se pretende de ritmo frenético).

Un pequeño fracaso, fallido no por vacío sino por falso, síntoma previsible de la enfermedad de un género que siempre ha querido tomar con demasiado respeto a sus ancestros, y que sólo puede avanzar a dentelladas contra lo establecido, pasado y presente. Si esto es lo único que tienen que ofrecer los reformuladores de lo clásico, me quedo con Cómo perder un chico en diez días.

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