El regreso del padre

Por Alejandro del Pino

La fuerza de los relatos costumbristas reside en su capacidad de sugerir que detrás de cada persona, por humilde y discreta que sea, hay una historia apasionante, un cúmulo de sueños, secretos, rencores, fracasos y pequeños triunfos que, bien hilvanados, pueden reflejar las miserias y grandezas de la condición humana. Esa función cumple el último film del realizador argentino Daniel Burman (Todas las azafatas van al cielo,Esperando al Mesías) que obtuvo el Premio Especial del Jurado y el Oso de Plata al Mejor Actor Protagonista (Daniel Hendler) en la pasada edición de la Berlinale.

Con la crisis argentina en el trasfondo de la trama, El abrazo partido nos introduce en la vida cotidiana de los habitantes de una modesta galería comercial bonaerense de la mano de un joven de origen judío (Ariel) que quiere conseguir la nacionalidad polaca para emigrar a Europa. A través de sus ojos, vamos conociendo a los habitantes de este micro-universo en extinción (los italianos chillones que arreglan radios; la pareja coreana que acaba de instalarse; Osvaldo, el discreto tendero con una papelería en la que nadie entra; Rita, la despampanante rubia que regenta el cibercafé;...), cuyas vidas, aparentemente grises y monótonas, esconden historias insospechadas.

El abrazo partido es una comedia coral que desprende vitalidad e ironía, y logra construir, con recursos dramáticos muy sencillos, un eficaz y demoledor retrato del presente precario y del incierto futuro de una sociedad en la que, repentinamente, muchos de sus ciudadanos dejaron de poder acceder a sus ahorros. Pero más allá de una lectura en clave sociológica, el film de Burman consigue atrapar la atención de los espectadores gracias a una narración sumamente ágil que resuelve con fluidez los distintos conflictos dramáticos que se plantean y dota de sugerentes matices a sus personajes.

Como en otras películas argentinas recientes, la emigración es una temática transversal, un fantasma ineludible que viven de un modo muy especial los descendientes de los antiguos inmigrantes (muchos de ellos judíos) que llegaron al país latinoamericano a mediados del pasado siglo. Tampoco se puede obviar la carga psicoanalítica (otro tópico argentino) de un film articulado en torno al rechazo de la figura de un padre (a la vez amado y odiado) que se marchó a Israel y nunca volvió. Pero sin eludir la dimensión trágica de esos hechos, Daniel Burman es capaz de re-significar la doble condición (casi fatalidad) de ser judío y argentino gracias a una mirada irónica y tierna que evita con elegancia excesos sentimentales y vacías elucubraciones filosóficas.

En el apartado de las objeciones, se puede argumentar que el film decae en ciertas escenas que describen las relaciones de Ariel con personajes ajenos a la galería comercial (como su ex-novia), y que resuelve con demasiada tosquedad algunas secuencias cómicas (como la desafortunada visita del protagonista a la Embajada de Polonia). En cuanto al elenco interpretativo, destacan especialmente las actuaciones de Daniel Hendler, que dota a su personaje de cercanía y verosimilitud, y de Adriana Aizemberg (la madre de Ariel), que protagoniza algunos de los momentos más divertidos de la película.

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