Crepúsculos

Por Juan Antonio Bermúdez

El adjetivo crepuscular está desgastado por culpa de los críticos de cine. Se ha ido derrochando sobre todo para describir personajes que están de vuelta y ha terminado por adherirse como una prótesis a un género, el western, en el que con frecuencia los hechos del presente invocan un ayer esotérico.

Pocas historias hay, sin embargo, a las que este adjetivo pueda aplicarse con mayor propiedad que la que se cuenta en Gran Torino. Lo más reciente del viejo y prolífico Clint Eastwood es una película crepuscular, con todas sus consecuencias. Su protagonista está de vuelta, aunque irá descubriendo a lo largo del metraje que Antonio Machado tenía bastante razón cuando escribió aquello de que “los que están siempre de vuelta de todo son los que no han ido nunca a ninguna parte”. La vida, aunque esté declinando, siempre sorprende y enseña.

Pero además Gran Torino es también un western, y lo es también con todas sus consecuencias. El pasado fantasmagórico, la amenaza de la venganza y la voluntad del sacrificio están; están las bandas y está, sobre todo, esa soledad litúrgica de los héroes del western, inquilinos sin patria, desahuciados de un mundo al que ya no pertenecen. Por estar, está hasta un decisivo predicador que abre, cierra y anuda la película sobre ese eje que atraviesa toda obra humana que pueda merecer la consideración de obra maestra, el paseo por la vida y la muerte, las preguntas y las respuestas sobre lo poco o lo mucho que sabemos de una y otra.

La religión, el culto, no es aquí la puerta de salida, sino la de entrada. La solidaridad con el otro es la única salvación posible. La identificación con los extraños, lejanos y distintos, con los que se comparte más que con la propia familia, es la guía que nos permite orientarnos en un mundo que ya no comprendemos. Y es la contraseña que conecta la película con el presente erosionado que retrata, la explícita moraleja emocionante que sólo le permitimos de buena gana, sin pedirle muchas explicaciones, a directores como Eastwood, que todo lo hacen tan fácil. Debe ser a eso a lo que se refieren cuando lo llaman “clásico”.

Aunque sea porque las arrugas no engañan, hay que asumir que está al final de su carrera. Dicen que ha dicho que esta será su película última como actor. Y tal vez en el fantástico gruñón que protagoniza Gran Torino ha querido que estén resumidos y redimidos todos los justicieros a los que dio vida en otras épocas. Es tiempo de cerrar viejas heridas. Pero su crepúsculo como director todavía promete otras obras maestras. Así sea.

Comparte este texto: