Pasión sin sentimiento

Por Pablo Vázquez

Antes incluso del éxito de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Almodóvar ya había escrito “La visita”, relato que ahora pasa a formar parte de un todo más complejo bajo el nombre de La mala educación. Han pasado muchos años y su director ha añadido al original una historia de cine dentro de cine como columna vertebral de la trama, una estructura laberíntica con reminiscencias al cine negro y un elenco de actores de renombre, para configurar su nueva película en el pináculo de uno de sus mejores momentos, tanto a nivel creativo como popular.

El resultado, poseedor del mismo nivel de solidez en la puesta en escena de sus dos últimas (y muy superiores) películas, carece de la garra y la emoción de éstas, víctima además de una narrativa difusa, cuyos continuos cambios de tono y giros en la historia no hacen sino subrayar una molesta sensación de desorden y abigarramiento. El juego con el cine negro carece de la frescura del planteado en La ley del deseo y el nivel del conjunto actoral (con especial atención al loable esfuerzo de Gael García Bernal y a los dones camaleónicos de Javier Cámara) es competente pero no deslumbrante.

El director manchego falla en lo mínimo que podría exigirse a un proyecto de estas características: en transmitir la emoción al público de sus personajes e historias. Un error capital en una película que ha jugado con el factor de visceralidad e implicación personal desde su propia campaña de promoción. Y es que, desde siempre, los dramas de Almodóvar nos han acostumbrado ese desmelenamiento controlado, esa explosión de sentimientos incontenibles bajo el filtro de una dirección sobria y contenida, como la de Douglas Sirk en Escrito bajo el sol, Woody Allen en Interiores o Fassbinder en La ley del más fuerte; sentimientos que, en esta ocasión, se niegan a fluir y a explotar en unos diálogos excesivamente calculados y ocasionalmente anticlimáticos.

Seguramente, La mala educación tuvo en alguna de sus distintas etapas de escritura, la fuerza que piden ahora las imágenes de la obra terminada. Sin embargo lo que vemos en pantalla se asemeja a un mural frío, a un paso de desangelado, que mantiene el interés durante todo el metraje, pero que es incapaz de desbordar el pozo de las numerosas emociones que plantea. Otra vez será.

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