Imperfecta, brillante
Por
José David Cáceres
La estimulante primera
película de Duncan Zowie Jones (n. 1971) entre otras cosas viene a
exponer, como otros títulos más o menos recientes, que el cine del
siglo XXI no se circunscribe solamente a la superación tecnológica
del medido, con la sustitución cada vez más extendida del celuloide
por el video digital de alta definición cuyas posibilidades y límites
se antojan todavía insospechados. Los argumentos se concentran con
más ahínco en ofrecer visiones futuras soportadas por hipótesis más
o menos plausibles a nivel sociológico, biológico y científico. Naturalmente
ha habido periodos en el cinematógrafo (más que la literatura, afín
a imaginerías de todo tipo a veces de una dispersión agradable y desconcertante
a un tiempo) que convocaron una búsqueda mayoritaria de una cierta
verdad, que en ocasiones, a posteriori, ha podido verse desmentida.
Pero el caso es que lo más llamativo de esta tendencia actual es que
no sucede en exclusiva en los terrenos fantásticos o de la ciencia-ficción,
también se inyectan en narraciones digamos comunes que utilizan esas
teorías de las “cosas que vendrán” (como diría H.G. Welles) para
plantearnos escenarios muy reconocibles que se alteran, por el concurso
de aquellas, de una manera decisiva. Que dos de las mejores películas
proyectadas en la sección oficial de Sitges09, la que nos ocupa, ganadora
del premio gordo, y TiMER, de Jac Schaeffer (la cual comenté
en estas páginas durante las crónicas del festival), se interesen,
desde planteamientos bien diferentes, por contar las historias de siempre
de manera muy asociada a la actualidad y al concepto que tenemos del
futuro inmediato, indica por donde van los tiros.
En un primer vistazo,
esto que planteo en TiMER se aprecia rápidamente ya que al tratarse
de una comedia romántica absoluta sobresale mucho más la aparición
del elemento futuro diferenciador (el brazalete que te puedes implantar
para conocer cuanto tiempo te queda para conocer al amor de tu vida),
pero del cual y, he aquí el quid, a estas alturas, no nos planteamos
en ningún caso su credibilidad, sino sus consecuencias. No obstante,
en Moon, cuya historia nos traslada al futuro de lleno al situarse
su acción en una Luna convertida en una gran mina que abastece de helio
al planeta, el tratamiento nos invita a sentirnos cerca de lo que sucede
tanto a nivel interno (el proceso de descubrimiento de los protagonistas)
como con la repercusión externa (las lecturas que se extraen de la
actividad de la compañía que hay detrás del proyecto), aceptando
sin restricciones la aparición de los que he venido en llamar elementos
futuros (la clonación, el cambio climático y la necesidad de encontrar
recursos adicionales).
Moon tiene mucho
que ver, claro, con 2001, una odisea del espacio (1968) de Kubrick,
y con las dos adaptaciones del Solaris de Stanislaw Lem, la de
Tarkovski (1973) y la de Soderbergh (2002). Es decir, lo mismo que en
TiMER, el envoltorio, el género, el subgénero, o como se prefiera,
es reconocible, no es novedoso en su base. Lo importante es cómo se
adapta a la actualidad, o mejor dicho al concepto que en la actualidad
se tiene de lo futuro, arriesgándose además a proponer unas determinadas
preguntas (y en ocasiones respuestas) sobre qué podría suceder. ¡Ah!,
pero no se trata, en ninguno de los casos, de sermones o advertencias
agoreras. Ambas exponen con honestidad una viabilidad y discute abiertamente
sobre ella, dejando que el propio espectador participe: hay un admirable
ánimo por entretener y hacer reflexionar. Uno de los aspectos más
atractivos de Moon es la definición de Gerty, el ordenador madre
de la plataforma donde trabaja Sam Bell (estupendo Sam Rockwell: otro
premio en Sitges09), el protagonista, que obviamente es un descendiente
del HAL9000 inventado por Kubrick: aquí la computadora, con voz de
Kevin Spacey (excelente), ayuda siempre a los astronautas al contrario
que aquella que se aferraba a los protocolos de seguridad y al éxito
de la misión por encima de las vidas humanas, lo que propiciaba su
desconexión, su muerte, tan recordada por la mayoría de aficionados.
Es un cambio muy interesante, consecuente (más allá de otras cuestiones
sobre cómo accionar una inteligencia y conocimiento artificial que
requerirían un análisis demasiado extenso) con una línea de pensamiento
expansiva que busca más la comprensión mutua y los triunfos pequeños,
que la consecución de logros maximalistas: Moon pretende entender
el momento, corregirlo, mejorarlo, 2001 es un film que trata
de alcanzar el final de todo para sortearlo y volver a empezar. Ambas
hablan de la existencia, pero a la primera no le importa tanto el final
como que el camino en sí mismo tenga un sentido real. Se complementan
o se contradicen, pero no tienen porque excluirse mutuamente.
Descubriendo en seguida
que el Sam Bell que introduce el relato es un clon e incorporando el
siguiente (el que ha de sustituirlo) a la acción, haciendo que ambos
convivan juntos, el realizador nos alerta sobre su intención de hacernos
ver el proceso de aceptación y su resolución. La disposición estructural,
en apariencia elemental, está muy bien puesta en imágenes, sonido
y música (¡Clint Mansell eres muy grande!, por qué no ganaste en
Sitges es producto de un desproporcionado desconocimiento del jurado
o, más probable, de deprimentes debes del festival): los planos repetidos,
duales, de uno y otro (procedimiento muy del gusto, por cierto, de Kubrick),
utilizando las diferentes herramientas de la base, saliendo a la superficie
lunar en dos vehículos similares para explorar sendos extremos de las
instalaciones, o escuchando los mensajes de la que creen es su esposa.
Film interactivo, imperfecto, brillante (incluso en el en un primer
momento desconcertante audio de un noticiero que se escucha en el epílogo,
que profundiza más aún en el componente sociológico y político),
Moon es un film memorable.
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