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Margot y la boda

Título

 Margot y la boda

Título original
Margot at the Wedding
Dirección
Noah Baumbach
Intérpretes
Zane Pais
Susan Blackwell
Nicole Kidman
Jack Black
Flora Cross
Año
2007
Guión
Noah Baumbach

 

La familia excéntrica

Por Alicia Albares

El planteamiento intimista o, si se quiere, intelectualista, de una historia familiar que gira en torno a las ideas propias de su temática (incomunicación, rencor, inmadurez, celos) puede transformarla hasta tal punto que resultará ajena cuando se la compare, sin hacer grandes esfuerzos, con otras obras que se sustentan en cimientos parecidos, pero que no tienen miedo de suavizar los bocados duros con humor y entretenimiento, en concesiones al público que le garantizan la asistencia al cine de muchos más espectadores. Esta conclusión puede sacarse si ponemos en la balanza Margot y la boda, la última película de Noah Baumbach y la popular, enternecedora y pseudo-independiente Pequeña Miss Sunshine.

Ambas decisiones a la hora de abordar la narración de una historia semejante son válidas, aunque no puede decirse que, en este caso concreto, las dos sean eficaces. Si la segunda supo hacer reír y llorar al mismo tiempo, convirtiendo en ameno un pedazo de vida de unos personajes que, por acercarse más a la parodia de sí mismos, no perdían un ápice de su significado ni adolecía la profundidad de sus relaciones; la primera, buceando en la forja de su singularidad, no ha sabido arrastrar a su público como pretendía. En su intención de otorgar a sus personajes una credibilidad extrema, para elaborar así una empatía sólida con la que jugar a lo largo del metraje, Noah Baumbach ha olvidado el carácter de los mismos, logrando un extrañamiento que no contribuye a proporcionar fuerza a los diálogos ni dramatismo a las situaciones. Son tan “imperfectas” sus personalidades, tan vulgares, en ocasiones, sus reacciones, que no consigue que el espectador se mire en el espejo de sus planos largos, inmóviles, abruptos en ocasiones. Desde su ansia por alejarse del tópico, Baumbach ha creado una familia tan grotesca e increíble en su colección de taras que resulta impensable que el público pueda encontrar en ella al que fue director de una disección tan sincera como incisiva y certera del divorcio y sus efectos en su alabado filme anterior, Una historia de Brooklyn.

Aunque vuelve a ser la realidad de un núcleo familiar desestructurado la diana de sus dardos, la mirada de Baumbach es ahora turbia, falta de objetivo. Y, aparentemente, no existen motivos para bambolearse en el alambre, pues los protagonistas, una vez más, pertenecen a una clase social intelectual y burguesa; cualidad que ya funcionó en su penúltima obra y a la que nos recuerdan poderosamente las características de esta Margot, una Nicole Kidman contenida y hábil, estirada aunque destruida. Sin embargo, lo que en Una historia de Brooklynera marco y circunstancia, es ahora una poderosa determinación: la excentricidad de la protagonista, una escritora que se alimenta de la miseria ajena, lo que deriva en su sibilina crueldad hacia los que más ama (que parece ser el detonante de los raquíticos giros del guión que hacen avanzar la acción lentamente y a trompicones), es lo que permanece de aquello que se nos cuenta, pero tal hecho no trasciende para fundirse con el significado que pretende esconder. Hay una desvinculación entre un personaje complejísimo y su papel en la historia, una incomprensión que se abre entre las herramientas que emplea Baumbach y la autenticidad de aquello que quieren encarnar. De ahí que se genere una sensación de confusión en la amalgama de relaciones entretejidas con esmero, pero incapaces de desembocar en una conclusión fuerte: las contradicciones que quieren resultar familiares acaban siendo increíbles; los acontecimientos, truculentos y extremos, se acumulan dentro de un territorio demasiado pequeño para albergarlos. La historia se estanca, pues el estudio e interacción de la intrincada naturaleza de los personajes estrambóticos que pueblan el filme olvida que necesita de una historia coherente detrás que le dé cohesión y ritmo. Porque el metraje de Margot y la bodano tiene un desarrollo capaz de interesar, se escuda en la linealidad y la sencillez, queriendo construir con ellas su personalidad, pero consiguiendo tan sólo intercalar secuencias que no son más que justificaciones artificiosas de diálogos e interpretaciones. Nada de lo que les ocurre a las dos hermanas tiene peso en realidad, lo que provoca que el aspecto de su complicada relación sea el de asistir al baile caótico de marionetas gráciles, pero carentes de la firmeza de unas manos que sepan mover sus hilos y las conduzca a su realización como entes narrativos.

Resulta decepcionante que la dimensión de unos personajes cuidadosamente elaborados carezca de un sustento básico en su libreto que les proporcione entorno y meta. El intento, por sí mismo, es elogiable, aunque el resultado sea menos brillante de lo que quiere parecer.

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