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Alta sociedad

Título

 Alta sociedad

Título original
Chromophobia
Dirección
Martha Fiennes
Intérpretes
Ben Chaplin
Penélope Cruz
Ralph Fiennes
Ian Holm
Rhys Ifans
Año
2005
Guión
Martha Fiennes

 

Querer abarcar la verdad tras la apariencia

Por Alicia Albares

Tan difícil es encontrar la esencia de lo dramático en un filme como la fórmula adecuada para plantearla. Si hemos encontrado la primera pero no hemos conseguido dar en el clavo con la segunda, el resultado no será nunca tan satisfactorio como esperábamos. De la misma manera, si la forma de contar nuestra historia funciona pero el contenido de la misma flaquea, tampoco llegaremos a cumplir nuestros objetivos. El equilibrio perfecto entre argumento y encarnación práctica es todo un reto pero también una necesidad si queremos hacer una película que perdure. Muchas buenas ideas se han desvanecido en el tiempo por no haber logrado alcanzar el complejo tándem que convierte un drama menor en una obra para recordar.

Quizá este sea el infeliz caso de una cinta que, a priori, cuenta con muchos valores de peso para convertirse en una gran película, pero que, imbuida en los numerosos recovecos de su guión, se pierde en su camino hacia la autenticidad. Las vidas cruzadas de los personajes que ha creado la guionista y directora Martha Fiennes no nos sirven para contar, con una estética particular, una realidad tan cruda como la que intuimos. Las exigencias de su estilo narrativo condicionan demasiado la trama como para que ésta se nos presente en su verdadera y espeluznante naturaleza. La historia acaba por perder la poesía que deja entrever y que hubiera sido uno de sus aciertos.

Pero todas las causas que conducen a Alta sociedad hacia su fracaso se derivan de una sola de la cual emanan: su manifiesta pretenciosidad, su reconocible afán de abarcarlo todo. Fiennes no quiere dejarse nada en el tintero y aspira a conseguir un retrato completo y complejo de una élite, sin lograr, como es lógico, la dimensión perseguida. Resulta muy difícil convertir en humanos tan diferentes tipos sociales sin caer en el tópico y aún más improbable lograr relacionarlos entre sí con la suficiente naturalidad. Así, las conexiones entre los protagonistas resultan artificiosas, excesivas y provocadas, lo cual acaba con el realismo de una historia que, ante todo, quiere reflejar una cotidianidad soterrada, oculta tras las engalanadas apariencias.

Si la sugerente y extraña Magnolia de Paul Thomas Anderson nos mostró que se podía innovar utilizando el método de película coral, alejándose de lo previsible y aderezando el conjunto con un contenido pero eficaz surrealismo; Alta Sociedad nos enseña que el esqueleto de un guión dramático sin más pretensiones pero de calidad, que no quiere escapar de las redes de lo convencional, no debe revestirse de esta guisa: acaba cayendo, irremediablemente, en una superficialidad que condena a los protagonistas a la desnaturalización.

Estropeado conjunto compuesto con rica materia prima que no deja de abrillantar la superficie de la obra: ciertos símbolos que subyacen en objetos y personajes secundarios resultan atractivos (como esa niña que, sin decir una palabra, muestra la pureza perdida que buscan todos; el ciervo y la sangre como traición, que tiñe el rostro de uno de los personajes; un vestido rojo que pasa de mano en mano, encarnando toda la miseria de su nueva dueña…). Son exquisitos también algunos personajes, que rozan peligrosamente el arquetipo, pero que lo evitan gracias al excelente trabajo de sus actores (inigualable Kristin Scott Thomas, cuya violencia contenida y su tristeza componen uno de sus mejores interpretaciones en años; ambiguo Ralph Fiennes en su habitual trabajo de sutiles miradas y tímidas sonrisas; magnífico Ian Holm, en la dignidad de un personaje tan grandioso como patético). Interesante es también su giro final, en el que la esperanza, cuando todo estalla, no deja de resultar conmovedora.

Excesivo metraje y personajes para una traumática trayectoria de transformación, donde el contenido, diáfano, podría haber sido narrado con mucha más soltura, sencillez y honestidad, sin querer aspirar a metas inalcanzables e nada necesarias.

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