Romántica iluminación en la tercera edad

Por Alicia Albares

La vida no acaba cuando termina la juventud. Al contrario, se amplifica y se enriquece... aunque el cuerpo vaya marchitándose. Y en esta paradoja ineludible de la lucha entre carne y espíritu han encontrado múltiples cineastas un filón riquísimo para contar historias atractivas. En este caso, el director Roger Michell (responsable de títulos como Notting Hill o El intruso) parte de la misma realidad común para articular su peculiar búsqueda del sentido de la existencia.

Quizá sea en esta intención donde reside la novedad (y el mérito, por tanto) de esta película. Utilizando un tema empleado profusamente en el cine, la posibilidad de caer en el tópico se incrementa. Su responsable lo sabe y, dejando atrás su pasado ligado a la comedia romántica, ha decidido arriesgarse a emplear otras herramientas más sutiles, que le protejan contra la destructora sensación de “déjà vu” que dejan algunos filmes y que suponen, sin lugar a dudas, su condena a muerte. Así, la relación que se establece entre el protagonista, un actor conocido llamado Maurice Russell y la joven Jessie, pariente de su mejor amigo; es el motor de la película pero también una elaborada excusa que activa la acción y nos conduce a los entresijos de los verdaderos cimientos de la historia: el encuentro consigo mismo de Maurice, su despertar a la conciencia. Reflejado en el espejo de la lozanía de la joven, el actor contemplará su propia deformidad hecha de años perdidos y palabras nunca pronunciadas, procurando recuperar un tiempo ya inasible.

Y, a pesar de lo denso de su mensaje, Venus es hábil en sus formas. Se articula tan correctamente como cabría esperar sin perder por ello profundidad conceptual: es dramática en esencia aunque aligerada con retazos de inteligente humor inglés a lo largo de todo su metraje. No resulta difícil dejarse llevar por su ritmo, tan pausado como el caminar achacoso de sus personajes. La sugerencia erótica se convierte en materia refinada para la hilaridad y herramienta eficaz para fundir patetismo y hermosura.

Lamentablemente, la necesidad de escapar de un romanticismo fácil es tan fuerte en esta cinta que consigue que el guión pierda, en ciertos momentos, su nexo de unión con el público: demasiada frialdad, excesiva sobriedad para una historia de raíz visceral que ofrece mucho más de lo su director sabe explotar. Momentos de gran fuerza narrativa caminan en la frontera, rozando la emoción con las yemas de los dedos pero sin conseguir asirla con firmeza, como cabría esperar. Contención que juega en contra de la implicación con una fábula primaria, con la que hubiera sido fácil identificarse.

No obstante y por encima de cualquier agujero en su libreto, el trabajo de Peter O´Toole (nominado al Oscar como mejor actor este año) resulta sin duda el gran reclamo del filme: digno en su deterioro físico, casi infantil en su vitalidad; parece encarnarse a sí mismo con la seguridad de quien sabe que nunca es tarde para asumir retos. Seductor sin complejos, ácido y pasional; se ve complementado por secundarios de lujo (excelentes Leslie Phillips y Vanessa Redgrave) que brillan en esta historia de amores imposibles pero, sobre todo, de descubrimientos tardíos.

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