Cómo robar un millón

Por Carlos Leal

Me gusta Spike Lee. Me gustan sus películas comprometidas porque tienen un mensaje incómodo, y porque ese mensaje está expuesto con convicción, con agresividad y con mucha mala baba. También me interesa cuando se embarca en thrillers algo más al uso, como Summer of Sam, La última noche o este Plan oculto; menos, pero también me interesa.

Vista desde fuera, Plan oculto parece un nuevo intento del cine estadounidense de alcanzar el éxito revisitando un género tradicional (en este caso el de robos de bancos, que vivió su apogeo en los años 70), con un reparto lleno de estrellas y una realización efectista. Y hay que reconocer que la película funciona francamente bien a este nivel: la historia tiene gancho, los giros de guión son hábiles, las interpretaciones convincentes y la maestría de Spike Lee en el manejo de la narración audiovisual admite pocas dudas. No faltan en la narración ni los guiños a clásicos del género como Sérpico o Tarde de perros. Los que vayan al cine buscando algo en la línea del reciente remake de The Italian Job no saldrán defraudados.

Con todo, es en las variaciones sobre el canon donde mejor se aprecian los verdaderos valores de Plan oculto. En todo momento, Spike Lee parece menos interesado en narrar los entresijos del robo (la trama deja cabos sueltos, y emplea algún truco discutible) que en profundizar en la intrahistoria de los distintos personajes que intervienen en la acción: el negociador de la policía, el jefe de los atracadores, el director del banco, la intermediaria designada por éste... Todos ellos componen un fresco moral lleno de zonas grises, en el que las aspiraciones nobles y la ambición personal a menudo se dan la mano.

También es de agradecer a Plan oculto su sentido del humor, un humor seco y afilado que surge de las situaciones y contribuye a construir la tensión dramática. Y son precisamente algunos de los golpes de humor de la película (los más cínicos, los más amargos) los que dejan traslucir rasgos de esa Nueva York multicultural, escenario-protagonista de todos los tinglados de Spike Lee. El detective afroamericano, el rehén hindú (“no soy árabe”, protesta cuando le detiene la policía), la intérprete albanesa y el policía hispano son parte de la esencia de esta ciudad herida, que no sabe cómo recomponer su identidad tras los atentados del 11 de septiembre. Apenas unas pinceladas dentro del conjunto, pero en las se advierte con esperanza que tras los fuegos artificiales de este curioso divertimento está la misma mano que rodó Haz lo que debas o Bamboozled. Sí, me gusta Spike Lee.

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