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Una imagen de Ratatouille

 Una imagen de Ratatouille

De Disney-Pixar a Pixar-Disney: la animación se transforma

El estudio pionero en la animación digital consolida su liderazgo en este ámbito con Ratatouille

Alicia Albares

Provoca un cierto vértigo analizar la historia de la animación desde sus comienzos hasta nuestros días. Desde esquemas básicos, meros bocetos de un ratón Mickey casi prehistórico que comenzó a moverse, renqueante, en los primitivos estudios Disney a la rata actual que llena nuestras pantallas en la que promete ser la película del año (y no sólo dentro de su categoría) del seguro taquillazo Ratatouille, ha pasado, relativamente, poco tiempo. Lo que parecía ya difícil de mejorar en aquella primera gran película generada por ordenador, la clásica Toy Story, ha sido completamente superado hoy en día. Y, sin embargo, el nivel de realismo y precisión de las imágenes que Pixar nos ofrece sigue mejorando y se incrementa con cada nuevo largometraje.

Afirmar, no obstante, que el rotundo éxito de Pixar dentro de su campo se debe, exclusivamente, a su experimentación técnica y a la innovación que ha supuesto ésta en su campo, es, sin duda una simplificación que nos aleja bastante de la verdad. Hay mucho más detrás de esos planos que se acercan cada vez más al cine de acción, que son capaces de captar los matices de un haz de luz filtrándose en el fondo marino o reflejándose en la superficie de un coche de carreras.

Porque Pixar, apéndice de una de las empresas norteamericanas más lucrativas de la historia (y responsable de construir un imaginario colectivo tan entrañable como consumista y destructor), Disney, ha tenido siempre una personalidad propia, bien definida, y que sin duda va ligada a un nombre: John Lasseter. Él, junto con Ed Catmull, fue el encargado de liderar la recién nacida empresa, escindida de la Lucasfilm (Pixar nació como departamento de efectos por ordenador del imperio de Lucas) gracias a la adquisición del magnate Steve Jobs, cuyo verdadero objetivo estaba orientado a la venta de software y no a la fantasía animada. Lasseter, trabajador de la Disney en su juventud, es una referencia en el campo de la animación y también un visionario: fue el primero en interesarse por aplicar técnicas de cine de acción real a su campo, como los movimientos de cámara. En él, la innovación tecnológica da la mano a guiones exquisitos, personajes bien trazados y un humor lleno de picardía e irreverencia, completamente diferente a lo que Disney tenía por costumbre ofrecer a su público, cada vez más hastiado de héroes perfectos y princesas desvalidas.

El talento de Lasseter se descubrió en cortometrajes excelentes, algunos de ellos nominados a los Óscar. Uno de los mejores, “Luxo Jr.”, que optó a la estatuilla, fue el responsable del nacimiento del símbolo de Pixar, el característico flexo bebé. El premio llegaría con una historia corta divertidísima, “Pajaritos”. Al mismo tiempo, la compañía iba cosechando, junto con su protectora la Disney, éxitos indiscutibles. La ya mencionada Toy Story, cuya originalidad no cabe poner en duda, inauguró un fulgurante camino donde la empresa de animación por antonomasia puso toda su ambición en desarrollarse en el nuevo campo inagotable del ordenador. Le siguieron largometrajes como Bichos, primer gran reto competitivo que se estableció entre nuestra alianza y la empresa de Steven Spielberg, el departamento de animación de la Dreamworks. Ésta, anhelante por disputar a la reina el mercado infantil, lanzó Hormigaz, de excelente guión aunque no tan cuidada calidad técnica. La batalla, no obstante, no frenaría en absoluto la carrera de Pixar, pues a esta aventura de insectos le seguirían obras nada desdeñables como la excelente Toy Story 2, clímax de ventas y la demostración fehaciente de lo mucho que todavía podían ofrecer los divertidos juguetes Buzz y Woody.

La originalidad no se agotó aquí. El nuevo trampolín hacia los anales de la historia de la animación lo escribiría de nuevo, de su puño y letra, John Lasseter. Y es que Monstruos S.A fue la confirmación de que se podía ir más allá: recreando un mundo completamente distinto a lo que se había visto hasta entonces, en el que los monstruos deben provocar que los niños griten para poder abastecer de energía su sociedad, Pixar le dio la vuelta a los tópicos del cine para niños. Las perversas criaturas de los cuentos dejaron de dar miedo para provocar sonrisas y ternura. La película puso en jaque a otra gran apuesta animada, Shrek, de similar y arriesgado planteamiento.

La siguiente apuesta se situó en un nivel aún más ambicioso y su resultado ha traído consigo la recreación de un mundo subacuático cuya exquisitez técnica no ha encontrado todavía parangón. Buscando a Nemo volverá a marcar un antes y un después, no sólo por lograr una riqueza absoluta en texturas, movimientos de cámara y diversidad de personajes, sino también por ofrecer uno de los guiones más depurados en la breve y prolífica filmografía de Pixar. Rentabilidad y una confirmación más de dónde se escondía la mina de oro que la Disney estaba explotando.

A pesar de la cima alcanzada, la empresa no se estanca y da a luz una nueva vuelta de tuerca del prototipo con la desastrosa y divertida familia de superhéroes protagonista de Los Increíbles. Realización intachable al servicio de un guión desternillante y trazado con esmero se convierten en la fórmula mágica de la que se considera, hasta hoy, la mejor película de Pixar.

Será entonces cuando se avecine la escisión. Consciente del agotamiento creativo de la Disney, Steve Jobs sabe que puede pedir mucho más, pues es su empresa la responsable de que la compañía que ha monopolizado el universo de la animación siga conservando su corona. Negociación dura y cara, que parece no terminar nunca mientras se fraguan dos nuevas obras en colaboración, obligadas por contrato: nacerá así Cars, tierno y divertido retrato de un mundo habitado por vehículos, cuya personalidad no debe envidiar a ningún personaje de cualquier filme no animado. Y ahora esta alocada aventura culinaria cuya protagonista es una atípica rata de gustos refinados, Ratatouille.

Disney sabe que la llave maestra del futuro del cine animado descansa en manos de Lasseter. Consciente de que debe mantener su hegemonía (hoy en día sustentada en humo, pues ninguno de sus largometrajes animados al margen de Pixar ha significado mucho comparados con sus éxitos pasados), ha comprado a la compañía por una cantidad desorbitada.Disney se fundirá, esta vez para un largo tiempo, con su apéndice digital, el responsable de su renacimiento, el clavo ardiendo al que deberá agarrarse para evitar la caída. Y esta alianza puede ser, como hasta ahora, un seguro para ambas compañías que traiga calidad al espectador, o puede significar un cambio de rumbo, donde la mojigatería propia de la prehistórica empresa acabe por empañar la frescura y originalidad que Lasseter ha traído al universo cinematográfico animado. Esto supondría la muerte de la que ha sido la esperanza y revalorización de un género en sí mismo, un cine que, gracias a los riesgos asumidos por sus creativos, se ha hecho de todos y para todos, conmoviendo y divirtiendo a niños y mayores.

Sólo en esta fórmula, donde no caben los tópicos y nunca se olvida la importancia de una historia por encima de cualquier consideración externa, puede construirse la evolución de los dibujos animados. Porque, al fin y al cabo, sean o no más cercanos al realismo o más próximos al esquema, no hay que olvidar que, desde siempre, la animación ha sido la materialización de los sueños infantiles, la herramienta que transporta y divierte a las nuevas generaciones. Pixar sabe que ésta es su meta y no descuida la riqueza conceptual. Guión e innovación; riqueza y contenido van de la mano. Y esperemos que siga siendo así, durante esta nueva travesía Pixar-Disney.

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