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Vigo Mortensen en <em> Una historia de violencia</

 Vigo Mortensen en Una historia de violencia

David Cronenberg: Carne, sangre, sexo...

El estreno en nuestro país de Una historia de violencia devuelve a la actualidad al realizador David Cronenberg, un cineasta amado y odiado por igual

David Montero

El Depravado, el Rey del Horror Venéreo o el Barón de la Sangre. Son sólo algunos de los apelativos que demuestran que el cine de David Cronenberg (Toronto, 1943) no ha dejado indiferente a casi nadie a lo largo de más de treinta años dedicados al séptimo arte. Durante este largo periodo, el controvertido cineasta canadiense ha transitado casi en exclusiva los caminos del cine fantástico, empeñado en aportar cierto peso filosófico a un género convencionalmente tachado de hueco y simple. La degradación física del ser humano, la difícil relación entre el hombre y la máquina, la dualidad cuerpo-mente, los desequilibrios psicológicos profundos o las obsesiones sexuales son parte esencial de una filmografía cruda y visceral, atípica en el seno de la industria de Hollywood.

Pero las raíces del cine, de las obsesiones, de David Cronemberg hay que buscarlas en su infancia y más concretamente en el seno de una familia culta y laica, de clase media. Desgraciadamente, el realizador experimentaría muy pronto dos sensaciones imprescindibles para comprender su obra posterior: la enfermedad y el aislamiento. Con apenas seis años, asistió impotente al proceso degenerativo que fue consumiendo a su padre a causa de una extraña enfermedad. Esta muerte hizo aún más profunda la fractura que siempre mantuvo con el resto de miembros de la familia, ya que Cronenberg se refugió en la religión, una decisión que todos despreciaron.

Son características que empiezan a dibujarse en su primer largometraje, Vinieron de dentro de... (1975), y que más tarde conformarían dos de los pilares de su filmografía. El enrevesado argumento de esta "opera prima" recoge la historia de un experimento científico que acaba fuera de control, creando un virus desconocido que transforma a cientos de jóvenes estudiantes en zombis mutantes, hambrientos de carne y sexo. La cinta resultó un éxito de taquilla y Cronenberg repitió la fórmula de manera casi idéntica en Rabia (1977), ganándose cierta fama de enfant terrible del cine canadiense.

Sin embargo, el objetivo del cineasta no era cosechar un éxito provocador e inmediato, sino que buscaba vehicular sus inquietudes y plantear reflexiones sin traicionar un estilo personal que ya iba tomando forma. La culminación de este camino llega a principios de los ochenta, de la mano de dos películas que encarnan el más puro "estilo Cronenberg", aunque con tratamientos bien distintos: Scanners (1981) y Videodrome (1983). En las dos el cineasta introduce uno de sus temas recurrentes, la dualidad entre el cuerpo y la mente, haciendo hincapié en las posibilidades de controlar esta última y manipular así a la sociedad. Sin embargo, los resultados de ambas fueron dispares y, mientras Scanners alcanzó un gran éxito de taquilla, el fracaso comercial de Videodrome (uno de sus filmes más reconocidos a posteriori) forzó a Cronenberg a marcharse a Estados Unidos en busca de nuevas vías de financiación para sus proyectos.

En Hollywood su momento álgido llega con La Mosca (1986), "remake" del mítico filme de 1953, que protagonizaron Jeff Goldlum y Geena Davis. La Mosca supuso también la aparición por primera vez de otro de los temas que será habitual de aquí en adelante en la filmografía de Cronenberg: la autodestrucción física y mental. Sus películas posteriores se van a mover ya invariablemente en este terreno del desequilibrio psicológico, sin los asideros del género fantástico, con cintas mucho más difíciles y chocantes. Buena muestra de ello son filmes como El almuerzo desnudo (adaptación de la novela de su admirado William Burroughs), Madame Butterfly, Crash, eXistenZ o Spider que despertaron admiración e indignación a partes iguales.

Es, sin duda, en un tono muy distinto en el que se desarrolla Una historia de violencia, un título que, como el propio Cronenberg ha advertido, tiene un sentido literal, pero también refiere a la larga historia de la violencia como fórmula para arreglar disputas y a la violencia innata de la evolución humana. Es probablemente en este último aspecto en el que haya que buscar a un Cronenberg más contenido pero quizás por eso aún más demoledor.

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