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Ridley Scott y Sigourney Weaver

 Ridley Scott y Sigourney Weaver

Ridley Scott: arriba y abajo

25 años después de su estreno, regresa a nuestras pantallas Alien, el octavo pasajero, en un montaje inédito

David Montero

Sin duda la carrera del realizador británico Ridley Scott puede evaluarse a partir de tres o cuatro decisiones muy concretas, elecciones que le han proporcionado por igual sonoros triunfos y estrepitosos fracasos. La primera de estas encrucijadas apareció en su camino en el año 1978. En aquellos días, Ridley Scott apenas era conocido en el cerrado mundo de Hollywood, aunque ya había rodado su primera película, The Duellists, un recargado ejercicio visual que la meca del cine había acogido con bastante frialdad y cierta indiferencia. El fracaso supuso, ante todo, una novedad, ya que hasta ese momento su carrera había consistido en una sucesión vertiginosa de éxitos. Desde que se licenció en West Hartlepool, el prestigioso colegio de arte londinense, Scott se había consolidado como un director publicitario de prestigio, lo que le había llevado a probar suerte en el cine con las espaldas cubiertas. De ahí su propia sorpresa cuando las cosas empezaron a ir mal, tan mal que incluso se planteó abandonar el cine y regresar al cómodo y rentable mundo del spot publicitario donde contaba con contactos suficientes para vivir de forma cómoda.

Sin embargo, un proyecto le salió al paso: la 20th Century Fox buscaba director para una película sobre extraterrestres asesinos que acaban poco a poco con la tripulación de una nave comercial interplanetaria. Cuando Scott aceptó filmar Alien, el octavo pasajero puso definitivamente la primera piedra de una trayectoria marcada por los altibajos. En Alien, Ridley Scott expuso los presupuestos básicos de lo que sería su primer cine: exquisitez visual puesta al servicio de una historia imaginativa.

El éxito de Alien trajo a la mesa del realizador británico muchos proyectos similiares. A pesar de que Scott declaró en varias ocasiones que no pretendía repetir con la temática y el género, cuando vio la oportunidad de llevar a la pantalla el relato de Phillip K. Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" no lo dudó, aunque las cosas ahora serían muy distintas. En Blade Runner, Scott se implicó por primera vez en la toma de decisiones como productor y eligió personalmente a los actores, las localizaciones y la ambientación. Sin embargo, esto no fue suficiente para evitar la polémica y, llegada la hora del montaje final, el director y el resto de productores diferían ampliamente sobre cómo debía finalizar el filme. Al final se impuso la opinión del grueso de los productores, y Ridley Scott tuvo que esperar para lanzar su montaje hasta el año 1993. Más allá de controversias, la película fue un éxito y se convirtió en un auténtico icono para miles de jóvenes de la época y en un referente insoslayable de movimientos culturales como el ciberpunk.

Pero las aguas iban a cambiar definitivamente de rumbo con su próxima película, marcando el primero de dos largos periodos de sequía cinematográfica. Sin abandonar el cine fantástico, Scott cambió de registro llevando a la pantalla la abigarrada mitología de Legend, un mundo mágico de unicornios y héroes del que salió bastante trastabillado. A pesar de todo, hubo una consecuencia positiva en este fracaso, ya que el realizador se decidió por fin a abandonar el mundo de la fantasía y abordó Someone to Watch Over Me, un drama romántico de tintes policiales que le hundió aún más en la lista de directores secundarios de la industria.

Su reincorporación a la primera línea comenzó a gestarse en 1989 con Black Rain, un thriller policial situado en Japón para el que contó con Michael Douglas y con el que regresó el sello Scott, ahora más diluido en un cine digerible, sin muchas pretensiónes, que buscaba descaradamente al gran público. Pero el éxito que le colocaría de nuevo en lo más alto llegaría en 1991 con Thelma y Louise, la historia de dos mujeres acosadas por la vida que deciden de una vez tomar la sartén por el mango. La película obtuvo un impresionante éxito, que se vio ratificado con cinco nominaciones a los Oscars, incluida la de mejor director por primera vez para Ridley Scott.

Sin embargo, cuando el terreno parecía mejor abonado para un triunfo sencillo, llegó el fracaso más estrepitoso. En 1992, Hollywood rindió su pequeño homenaje al quinto centenario del descubrimiento de América con la realización de 1492: la conquista del paraíso, un filme megalítico, plagado de estrellas, al frente de las cuales estaba Ridley Scott. Los escasos ingresos por taquilla y el poco interés que despertó la película supusieron un varapalo fuerte para su director que empleó los años siguientes en tareas de producción y dirigiendo proyectos de poco calado como La teniente O´Neill o Tormenta Blanca.

El último giro en la desigual carrera de Ridley Scott llegaría en el nuevo siglo, cuando decidió hacerse cargo de un complejo proyecto que pretendía insuflar nueva vida a un género olvidado: el cine de romanos. Con Gladiador Scott cosechó un éxito como nunca antes había conocido. Doce nominaciones al Oscar, cinco estatuillas ganadas, entre ellas la de mejor película, y un sinfín de admiradores que devolvieron de forma inmediata a Scott la fama perdida. El triunfo de Gladiador permitió asimismo al realizador hacerse con uno de los filmes más esperados de los últimos años, la secuela de El silencio de los corderos, Hannibal, un filme de amplia repercusión, aunque denostado por la crítica.

Pero, más allá de todo el ruido, Ridley Scott sigue invariable con su extraña carrera, arriba y abajo, estrenando filmes de éxito seguiro y esperando que otro fracaso se esconda en el sitio menos esperado. Su última apuesta se llama Matchstick Men, una película sobre timadores que llegará a nuestras pantallas a finales de año. Mientras tanto, Scott se promete un éxito seguro con el reestreno de Alien, el octavo pasajero, que en su 25 aniversario reaparece en los cines con un nuevo montaje que incluye escenas inéditas.

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