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Paul Newman

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A lo largo de cinco décadas, el protagonista de El buscavidas encarnó lo mejor de Hollywood

Carlos Leal

A mediados de los años 50, Hollywood se vio finalmente obligado a reconocer que el modelo de producción de los grandes estudios estaba dando a su fin. Las superproducciones épicas, el cinemascope y el tecnicolor libraban la última batalla frente a unos espectadores que cada vez más preferían las historias sencillas del televisor que presidía el salón de sus casas.

Éste fue el panorama que se encontró Paul Newman cuando llegó a Hollywood en el año 1954. Para entonces el actor, nacido en Cleveland (Ohio) en el año 1925, contaba ya con una larga trayectoria interpretativa tanto en Broadway, donde protagonizó éxitos como Picnic o Dulce pájaro de juventud, como en la televisión. Sin embargo, toda su experiencia no le sirvió de nada ante una película como El cáliz de plata, un drama bíblico en el que interpretaba a un orfebre encargado de fabricar una copa con el rostro de Jesucristo y sus doce apóstoles.

Paul Newman quedó horrorizado cuando la vio. Tanto, que contrató una página completa de publicidad en "Variety" para disculparse por su interpretación y recomendar a todo el mundo que no fuera a ver la película. Tardaría tres años en volver a ponerse delante de una cámara; Marcado por el odio (1957), de Robert Wise, le permitió explorar una gama más amplia de registros dramáticos a través de la historia real del boxeador y expresidiario Rocky Graziano.

Newman, que se había formado en el Actor's Studio de Nueva York con Lee Strasberg, comprobó en sus carnes que el camino del éxito pasaba por escoger papeles más adecuados a su capacidad. Y en el año 1958 lo logró por partida doble, con El largo y cálido verano, de Martin Ritt, y La gata sobre el tejado de zinc, de Richard Brooks. Dos dramas de origen literario (el primero de Faulkner, el segundo de Tennesse Williams) que le convirtieron en uno de los miembros más destacados de ese nuevo star system en el que comenzaban a brillar actores como James Dean o Marlon Brando.

La popularidad de Paul Newman siguió creciendo durante la década de los 60, en la que protagonizó clásicos de la talla de El buscavidas (1961, Robert Rossen), Dulce pájaro de juventud (1962, Richard Brooks), Hud (1963, Martin Ritt), Harper, detective privado (1966, Jack Smight), Cortina rasgada (1966, Alfred Hitchcock), o La leyenda del indomable (1968, Stuart Rosenberg). En el 68 debuta también como director con Rachel, Rachel, aunque su carrera tras la cámara resultó irregular. Un año después protagonizó junto a Robert Redford en Dos hombres y un destino, una colaboración que se repetiría cuatro años después en El golpe, probablemente sus dos películas más populares.

Su carrera continuó con altibajos a lo largo de los 70 y los 80. En 1986 la Academia le concedió un Óscar honorario a toda su carrera, y un año después, tras seis nominaciones infructuosas, ganó el Óscar al mejor actor por El color del dinero, de Martin Scorsese, donde recuperaba el papel de Eddie Felson de El buscavidas. Newman, que nunca sintió un gran apego por estos fastos, no acudió a ninguna de las dos ceremonias.

Ya en los 90 trabajó a las órdenes de los hermanos Coen en la divertida El gran salto (1994), y afrontó su último gran papel protagonista en Ni un pelo de tonto. Su última aparición en la gran pantalla fue en Camino a la Perdición (2002), de Sam Mendes, por la que recibió una nominación al Óscar al mejor actor secundario con sabor a despedida.

A lo largo de cinco décadas, Paul Newman dotó de autenticidad a un sinnúmero de personajes, reinventando el significado de la palabra actor en Hollywood. Además, ha sido uno de los grandes referentes de la izquierda en el mundo del espectáculo: apoyó a numerosos candidatos demócratas a la presidencia de Estados Unidos, incluyendo al senador Ted Kennedy, participó en la Conferencia de Desarme en la ONU en 1978 y tuvo una intensa actividad humanitaria y filantrópica.

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