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Extraterrestre

 Extraterrestre

Tercera crónica: De Lars von Trier a Takashi Miike

Nacho Vigalondo en Extraterrestre propone una relectura de la tan denostada comedia madrileña de los ochenta

Javier Pulido

Melancolía (Lars Von Trier)

A falta de un cineasta total como Kubrick, habrá quien se conforme con esta nueva versión de Lars Von Trier que toca todos los palos genéricos, aunque sea para mirarlos por encima del hombro. Melancolía es una continuación en clave sci-fi de su particular visión del cine de terror formulada en Anticristo, de la que hereda algunos de sus aciertos como los planos hiper-lentos que conforman el bellísimo (como innecesario) prólogo y un desmedido sentido del melodrama que parece tan paródico como su visión de los roles sexuales: la firmeza masculina que se despedaza a las primeras de cambio frente al mundo sensorial y caótico femenino. Melancolía está estructurada en dos partes, en base a la personalidad mutante de las dos hermanas protagonistas. La primera parece pasar los apuntes a limpio de Celebración, en un ejercicio de estilo tan brillante como resabiado. La segunda se recrea en la pachorra calvinista de Von Trier sobre el fin de los tiempos. Conjuntas, conforman un diagnóstico frío, seco, lacerante, de la depresión que padeció el mismo realizador danés, además de un negrísimo estudio sociológico sobre la inutilidad de la raza humana y sus convenciones. La alucinada visión final del planeta Melancolía impactando en el planeta Tierra, mientras atruena la música de Waggner, será todo lo impostada que se quiera, pero es uno de los momentos inolvidables de este Festival de Sitges marcado por el Apocalipsis. Lars Von Trier sigue resultando igual de insoportable, pero ha firmado una esquela maravillosa.

Bellflower (Evan Glodell)

Bellflower, de lejos la película que más disensos ha despertado en el Festival, es una de esas propuestas suicidas que precisa ser digerida a fuego lento y repensada a conciencia, tal es el desconcierto y posterior desasosiego que provoca una obra tan desconcertante. Enfrenta una idea del Apocalipsis en clave pop, la de los dos personajes protagonistas obsesionados con la imaginería Mad-Max de lanzallamas y coches tuneados, con la progresiva aniquilación interna de los mismos. A medida que avanzan a ciegas a su camino hacia la destrucción, el plano temporal se fragmenta, la imagen se quema, el plano se desenfoca y el guión se disloca. Evan Glodell, que además de dirigir, actúa, escribe el guión, se encarga del montaje y del casting, deslumbra en esta ópera prima anárquica, insobornable y desencantada. Un ejercicio de estilo suicida que propone nuevas vías expresivas para pervertir terrenos temáticos trillados.

Extraterrestre (Nacho Vigalondo)

Ahora que Los cronocrímenes ya se ha convertido en un pequeño clásico de culto entre los aficionados al fantástico, Nacho Vigalondo da el paso justo en la dirección contraria, no sé si para evitar el encasillamiento o para oxigenarse y foguearse después de un año difícil por motivos ajenos a su cine. Esto no quiere decir que sea esta una obra de transición para cumplir el expediente. Extraterrestre es una hábil relectura de los desencuentros y situaciones de la tan denostada comedia madrileña de los ochenta, que poda sus tópicos y actualiza su humor gracias a unos gags brillantes, interpretados con complicidad por Carlos Areces o Raúl Cimas, con quienes ya había trabajado Vigalondo en sus incursiones televisivas en Muchachada Nui. Inútil cosmonauta el que contempla estrellas para no ver las ratas, que decía Lorca. Pues algo así es Extraterrestre. La visión casi inmóvil de una gigantesca nave alienígena posada sobre el cielo madrileño contrasta con el movimiento constante y caótico de una pareja protagonista que, no necesariamente en este orden, se desencuentra, se busca, se pierde, se enamora. No, esta vez no hace falta vigilar el cielo.

Guilty of romance (Sion Sono)

La tercera parte de la trilogía del odio de Sion Sono parece, por momentos, una secuela inconfesa de la magistral La calle de la vergüenza. Si las prostitutas de la última obra de Mizoguchi caían voluntariamente en desgracia para complacer los deseos egoístas de los hombres que gobernaban sus vidas, en Guilty of romance, la desdichada Kazuko abraza libremente su condición de mercancía sexual para escapar de su rol de esposa ejemplar y amantísima, que le abrasa y le asfixia. Sono, como en su día hizo Mizoguchi, recurre a la metáfora de la prostitución como medio para reivindicar el rol de la sexualidad femenina en la cerrada cultura japonesa. Sin necesidad de ser panfletarios, ambos se muestran absolutamente feministas en sus retratos de mujeres malheridas que acaban por alcanzar la libertad absoluta, aunque la búsqueda tenga consecuencias trágicas. Hay diferencias, claro. Si Mizoguchi fotografiaba la magnitud de la tragedia recurriendo a bellos y líricos planos filmados a media distancia, Sion Sono acompaña este viaje a los infiernos recreándose en el exceso visual, la degradación de la carne, la corrupción del alma.

The yellow sea (Na Hong-Jin)

Cuando escribió el guión de su ópera prima, The chaser, el surcoreano Na Hong-Jin creía haber escrito un intenso drama social, pero al final le acabó saliendo un thriller tenso y cortante. Para The Yellow sea, la historia de un taxista metido a asesino a sueldo por la circunstancias, se documentó a fondo sobre la vida de los coreanos que emigran a China para pagar sus deudas y mejorar su vida ¿El resultado? De nuevo un thriller, género que parece llevar grabado a fuego en sus genes, de tono tan pesimista y colores tan apagados como los de su predecesor, con querencia por las armas blancas empleadas de forma inverosímil y un montaje a la velocidad de la luz. Aunque eso desconcierte al espectador occidental, The yellow sea abunda en la mezcla de géneros tan habitual en el cine de Corea del Sur, aunque en esta ocasión no introduzca elementos de comedia, sino una subtrama amorosa terminal y desesperada. También elementos de crítica política a la autoridad y las normas, certificadas en la absoluta inutilidad de la policía coreana en las numerosas escenas de persecución, a pie o en coche, que sufre el atribulado protagonista. The yellow sea es un filme rotundo y formidable, aunque la proliferación de tiempos muertos y múltiples enredos de la subtrama haga perder la paciencia.

Hara-Kiri: death of a samurai (Takashi Miike)

Si no fuera por el carácter ingobernable de Miike, que nos hará tragarnos esta afirmación cuando el año que viene vuelva a estrenar tres títulos absolutamente distintos, diríamos que el japonés ha entrado en un terreno de contención definitivamente alejado de los gloriosos excesos de su anterior filmografía. Sea o no circunstancial, lo nuevo de Miike es un nuevo ejemplo de chambara que por momentos parece la réplica contenida a 13 asesinos. El clasicismo de su caligrafía visual tan sólo se ve roto por el primer, crudísimo, eterno hara-kiri en primer plano. Hara-kiri: death of a samurai es un remake de la inolvidable Seppuku, de Masaki Kobayashi, que en lo esencial respeta el original, pero potencia los dos largos flash-backs que vertebran la trama. Mucho más interesante cuando reflexiona sobre el concepto de honor en la cerrada sociedad feudal que cuando se abandona a los terrenos de un melodrama tan insoportable y puntuado que parece impostado. Lo que no se acaba de entender es el modesto empleo de las tres dimensiones, que entorpecen la visión más de lo habitual por la paleta de colores empleada.

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