Título:
El ultimo

Director:
F.W. Murnau

Intérpretes:
Emil Jannings, Maly Deschaft

País y año:
Alemania. 1924

Fecha y lugar:
24 de marzo. Pabellón de Uruguay.
17:30 y 20:00.
Entrada con invitación gratuita.

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El último

Por Javier Miranda

En 1924, el arte del cine, a pesar de su juventud estaba llegando a grandes cotas. Faltaba un año para que Eisenstein rodase El acorazado Potemkin. En Estados Unidos Stroheim se hallaba enfrascado en el eterno rodaje de Avaricia. Los surrealistas franceses coqueteaban con el lenguaje de los sueños. Y en Alemania, el expresionismo explotaba el marco estético de este arte del siglo XX. Uno de sus mayores representantes, Friedrich Wilhem Murnau, eligió ese año para hacer un experimento de cine total: rodar un film que no necesitase para nada los intertítulos de las películas mudas, y que sólo con la narración estrictamente cinematográfica funcionase. El resultado fue El último.

Con su habitual fotógrafo Karl Freund, el guionista Carl Mayer, la escenografía de Hertlh y Rorig y, sobre todo el protagonismo de Emil Jannings, Murnau acertó a hacer una hábil metáfora de la Alemania de su tiempo. Aquella que se debatía en la crisis tras derrota en la Primera Guerra Mundial. La historia es la de un portero de hotel orgulloso de serlo. En su barrio, todos lo admiran. Pero un buen día, el hombre, ya anciano, es destinado a mozo de lavabos. Intenta ocultarlo ante sus conocidos, pero no puede evitar que se extienda la noticia, lo que supone su humillación. En realidad, todo gira en torno a un uniforme: el que lleva el portero. Cuando lo pierde al ser trasladado a los servicios, es cuando cae en desgracia, ante él y ante los demás. En una sociedad como la germana, donde el militarismo del Kaiser ha jugado un gran papel, esta anécdota tiene un gran calado. Queda patente en clave la desorientación de la Alemania de la época que no había podido sustituir el poder militar de la época imperial. Aunque lo que había de ocupar su lugar nueve años después de rodarse El último sería mucho peor.

Independientemente de su carácter crípticamente social, el film de Murnau es también una aguda visión de la decadencia a la que nos fuerza la edad y del orgullo del trabajador que de repente se da cuenta que ya no es útil. El estilo usa lo que se llamó “cámara desencadenada”, es decir, una cámara con mucho movimiento pero con gran sentido, lejos de los movimientos gratuitos que se ven hoy en día. La gran anécdota es que el pesimista desenlace previsto fue cambiado por orden de los productores por un forzado final feliz, que parece ser Murnau exageró deliberadamente convirtiéndolo en paródico como forma de mostrar su disgusto. En cualquier modo, se las arregló para que este añadido no manchase una obra maestra.