Título:
La eternidad y un día

Director:
Théo Angelopoulos

Intérpretes:
Bruno Ganz, Isabelle Renauls

País y año:
Grecia. 1998

Fecha y lugar:
25 de noviembre. Pabellón de Uruguay.
17:30 y 20:00.
Entrada con invitación gratuita.

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La eternidad y un día

Por Sonia Gaya Sánchez

Una vez más, nos encontramos en la historia del cine con una “odisea” muy particular, una más también de Theo Angelopoulos tras Paisaje en la Niebla o La Mirada de Ulises, un extraño paseo lleno de encuentros y desencuentros circunstanciales que no termina de llegar a ninguna parte.

En este caso es, además, una odisea muy poco original: veinticuatro horas en la vida de una persona, vagar por una ciudad, un encuentro “paternal”, recuerdos y reflexiones sobre una esposa que sintió que la intensidad de su amor creaba distancia entre ellos y vivió sus últimos años sumida en la amargura, cómo aparecen y desaparecen personajes del pasado que se mezclan con la realidad en un relato atemporal, …. Todo esto nos recuerda y establece claras correspondencias con otra “odisea”, en este caso absolutamente literaria, en la que podríamos ver una encrucijada de relaciones personales que, reales o en el recuerdo, se enmarañan en un marco temporal de veinticuatro horas, y unos Alexander, Anna y niño albanés que bien podrían sugerirnos a los “Joyceanos” Bloom, Molly y Stephen respectivamente. Lo que sí cambia es la identidad de las ciudades en las que se desarrolla la acción, aunque en ambos casos también existe una sutil crítica al nacionalismo mal entendido.

Palma de Oro en Cannes en 1998, cuestionada por algunos de sus detractores que sostienen que fue la forma de rectificar el hecho de no haberle premiado La mirada de Ulises en 1995, La Eternidad y un día nos cuenta cómo A l e x a n d e r, dispuesto a pasar sus últimos días en un hospital, dispuesto a morir probablemente para no prolongar el sufrimiento que su enfermedad terminal le produce, sale de casa su último día de vida para arreglar aquello que dejó pendiente: para dejar a su perro, en principio, con su hija que se niega a quedarse con él, explicarle mediante una carta por qué su madre sufrió tanto y despedirse de ella sin que lo sepa. Estas circunstancias iniciales, hacen que tenga que buscar a alguien más (Urania) para que cuide de su perro y eso le lleva a conoc e r, de forma casual, a un niño albanés perseguido tanto por la policía griega como por las propias mafias albanesas. Apartir de ahí se desencadenan una serie de acontecimientos que hacen que se estrechen sus lazos con el niño tras la asunción, por parte de ambos, de que viven en la más absoluta soledad.

Técnica narrativa basada en la voz en “off” de Alexander, sus monólogos y escasísimos diálogos regodeándose Angelopoulos en la belleza de la palabra (a veces un poco extraña, hay que reconocer, viniendo de un niño cuya primera lengua es el albanés); fotografía populista detallada a través del continuo ir y venir del zoom, aunque no por ello menos interesante y, lo mejor, un Bruno Ganz, a mi parecer, impresionante: literatura en palabras, miradas y gestos.

En todo caso decir que es una película que no deja indiferente al espectador, sea por pecar de densa y monótona, sea por resultar un producto estético bastante aceptable, así que ….¿por qué no probar?