Título:
Ángel

Director:
Ernst Lubitsch

Intérpretes:
Marlene Dietrich, Herbert Marshall

País y año:
Estados Unidos. 1937

Fecha y lugar:
13 de enero. Pabellón de Uruguay.
17:30 y 20:00.
Entrada con invitación gratuita.

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Ángel

Por Juan José Fernández

Ángel (1937) es un maravilloso ejemplo del talento de Ernst Lubitsch. Su legendario toque brilla con luz propia, satirizando situaciones -casi siempre de índole sexual- mediante el uso magistral de las elipsis. A buen seguro, este genio de la comedia debió perder muchas horas de sueño hasta encontrar una idea brillante o un sutil movimiento de cámara con el que estimular nuestra imaginación.

Se trata de una típica historia triangular, cuyos vértices son una dama de la alta sociedad (Marlene Dietrich), su marido (Herbert Marshall) y su amante (Melvyn Douglas). Al igual que en títulos anteriores, Lubitsch aborda con naturalidad y un humor no exento de cierta amargura, temas considerados peligro - sos por la puritana sociedad yanqui, en este caso el adulterio. Una deslumbrante Marlene, muy alejada de aquel otro Ángel -el azul- y de su protector Josef Von Sternberg, es aquí la mujer sofisticada que se debate entre la fidelidad a su esposo y la pasión de un amor imposible. En una secuencia memorable, asistimos a la cena que reúne a los tres protagonistas. En el momento de mayor tensión, la cámara cambia su emplazamiento y se traslada a la cocina, para una vez allí, dejar que sean los criados (impagables secundarios) quienes nos informen del resultado. De modo similar, la separación de los amantes es sugerida a través del gesto compasivo de una anciana. Atendiendo a este y otros muchos detalles, la película va adquiriendo forma y estilo propio, mientras Lubitsch -con su puro y su cara de niño travieso- se divierte haciéndonos cóm - plices de su inagotable ingenio.

Aunque Ángel no suele incluirse entre las grandes obras del director alemán, sí es representativa de su época dorada como jefe de producción de los estudios Paramount. Por aquel entonces, este príncipe disfrazado de cineasta regaló al mundo media docena de joyas en las que derrochó ironía, elegancia, vitalidad y sentido del espectáculo. François Truffaut supo expresarlo de manera convincente: En la banda sonora de un film de Lubitsch hay diálogos, rui - dos, música, pero también están en ellas nuestras risas. Es esencial. Si no, no habría película.