Hoy
día, cincuenta años después del estreno de
Bienvenido Mr. Marshall, el cine español ha convertido
esta pequeña película en una referencia insoslayable,
situando entre sus márgenes el comienzo en nuestro país
de un arte serio, al estilo del que se hacía en otros países,
un celuloide dotado de afán sociológico, aunque
a la vez chusco, entretenido y popular. En la actualidad, las
tragicómicas andanzas de los habitantes de Villar del Río,
un pueblo que se enmascara para recibir a los todopoderosos norteamericanos,
está considerada como uno de los mejores documentos que
se conservan de la posguerra. Sin embargo, con los años,
al tiempo que Bienvenido Mr. Marshall ganaba en apreciación
de la crítica, se han ido desdibujando otras circunstancias
que envolvieron el rodaje de esta película, un rosario
de historias anecdóticas que reflejan a la perfección
el espíritu burlón del filme.
Bienvenido Mr. Marshall es el fruto de
la colaboración entre dos jóvenes cineastas que,
a la larga, iban a revolucionar el cine español: Luis G.
Berlanga y Juan Bardem. Ambos habían sido compañeros
de estudios en el IIEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias
Cinematográficas) y también habían compartido
"opera prima" con Esa pareja feliz, un filme
que pasó prácticamente inadvertido para el público.
Desde el principio, su siguiente película vino lastrada
por una cierta desconfianza de los realizadores ante un proyecto,
propuesto por la productora, que se alejaba mucho del tipo de
cine que tenían en mente. La idea consistía en que
los dos rodasen una cinta folklórica, un vehículo
comercial, como muchos otros de la época, que asentase
la fama de la joven estrella de la canción Lolita Sevilla.
Para ello impusieron tres condiciones: que fuera una película
divertida, que transcurriese en Andalucía y que Sevilla
cantase al menos en un par de ocasiones. Berlanga y Bardem se
negaron tajantemente al principio, aunque más tarde, modificando
con ingenio las peticiones de la productora, encontraron una vía
que les convenció para aceptar el reto con entusiasmo.
A
diferencia de Esa pareja feliz en Bienvenido Mr. Marshall
la dirección corrió en exclusiva a cargo de Bardem
que tuvo que enfrentarse en solitario a un elenco de reconocidos
actores como José Isbert o Paco Morán en un rodaje
difícil y polémico dada la poca experiencia del
director. La desconfianza, que en un principio atacó Berlanga
y Bardem, se trasladó durante el rodaje a buena parte del
equipo técnico y artísitico. Muchos actores tacharon
a su director de "inseguro y torpe" por sus continuas
dudas a la hora de situar la cámara. El propio José
Isbert solía exhibir en plató una sonrisita sardónica
que denotaba la poca confianza que tenía en la película.
Mucho más graves fueron los enfrentamientos
entre el Berlanga y el director de fotografía Manuel Berenguer,
quien se negó en un par de ocasiones a filmar planos que
sencillamente consideraba "ridículos". El tema
habría llegado a mayores de no mediar los productores,
que obligaron a Berenguer a rodar exactamente lo que quería
el joven realizador.
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