Texto: David Montero
Fotos: Archivo

 


Diez puntos sobre la odisea

Stanley Kubrick, el alquimista de las imágenes

Filmografía

Ficha técnica

 

El viejo genio profético de Stanley Kubrick

Y llegó el nuevo milenio, el momento fijado por Stanley Kubrick para que se cumpliera la profecía que lanzó al mundo con 2001, una odisea del espacio. Treinta y tres años después, Kubrick ha muerto y los humanos aún seguimos preguntándonos si estamos solos en el universo. 2001 tiene más vigencia que nunca. Por eso vuelve a nuestras pantallas.

La fascinación que la humanidad siente por su futuro es prácticamente inagotable. Desde los tiempos más remotos, un nutrido grupo de oráculos, visionarios, futurólogos y profetas se repiten de forma continua a lo largo de la historia, tratando de calmar la incertidumbre que, como hombres, sentimos ante lo que ha de llegar.

Keir Dullea en uno de los momentos del filmeAlgo de esto debía dormir en los lugares más íntimos de Stanley Kubrick cuando planeó rodar 2001, una odisea del espacio (1968). En este filme rocoso y duro, de escasos diálogos y de imágenes reveladoras descansa toda una teoría acerca del destino del ser humano, una profecía visual.

Al realizador neoyorquino nunca le gustaron los retos pequeños (o lo apostaba todo o no apostaba nada); así que tras rodar ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1963), empezó a reflexionar sobre las grandes preguntas. ¿Hacía donde se dirige la humanidad? ¿Como evolucionaremos? ¿Como avanzará el desarrollo tecnológico? La Odisea, su profecía, parece ser un primer intento de responder a tan complejas cuestiones. Sin embargo, Kubrick no sería un oráculo gratuito. Iba a tratar de encontrar el siguiente paso lógico, científico, en la evolución; anticipar a través de la imagen un tiempo que, tal vez, él ya no presenciaría.

Para filmar 2001, una odisea del espacio el genial cineasta estadounidense se rodeó de asesores y expertos en los más diversos campos: astronomía, física, responsables de la NASA, antropólogos. Sabía que para explorar el futuro era necesario comenzar por el pasado, acudir a las raíces más primitivas del hombre. Así, leyó centenares de libros sobre sociedades primitivas, sobre antropología y prehistoria. Exploró los distintos patrones de la evolución hasta la actualidad y decidió cómo sería su película.

Pasaron cuatro años antes de que todo estuviera dispuesto. Kubrick sabía que ante todo se enfrentaba a un material de ficción, por eso recurrió al novelista Arthur C. Clarke, que vivía retirado en la verde isla de Ceilán. Éste, al principio, cuando el realizador neoyorquino contactó con él, creyó que sencillamente quería adaptar una de sus novelas. Sin embargo, la idea del cineasta era muy distinta y el propio Clarke pronto se dio cuenta de ello: "él tenía muy claro cuál era su objetivo y buscaba el mejor medio para aproximarse a él. Quería hacer un filme sobre la relación del hombre con el universo"(1).

Y en abril de 1968 Kubrick lanzó el guante. Con su película afirmaba que en el espacio estaba el siguiente paso evolutivo del hombre, que el ser humano estaba irremediablemente destinado a las estrellas. Y todo eso en una momento en el que ni tan siquiera se había pisado la luna por primera vez.

 

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