Andalucía, tierra de fuerte tradición religiosa,
más puritana que ninguna para ciertas cosas, tiene sin embargo
el honor de contar entre sus hijas con una jienense de Andújar
que formó el taco en los inicios de la Transición. La chica, de
unos veintitantos años, tuvo la osadía de enseñar todo su palmito
en una película, cosa prohibidísima. Fue el primer desnudo integral
del cine español y la desvergonzada, con un nombre tan casto como
María Purificación, es, nada más y nada menos, que María José
Cantudo (1951). Ésta, ni corta ni perezosa, se despojó de toda
su ropa en La trastienda (1975) de Jorge Grau, donde se
calentaba un trío formado por la Cantudo, Frederick Stafford y
Rossana Schiaffino.
Modelo
de pasarela y actriz de fotonovelas, María José Cantudo debutó
en el cine con Los días de Cabirio (1971) de Fernando Merino,
a la que le siguió El espanto surge de la tumba (1972)
de Carlos Aured, cinta de terror a la española con el inefable
Paul Naschy. Antes de convertirse en una semi-reina del cine "S"
trabajó en películas de indudable ínfima calidad: El asesino
no está solo (1973) de Jesús García de Dueñas, Autopsia
(1973) de Juan Logar, Las alegres vampiras de Vogel (1973)
de Julio Pérez Tabernero, Siete chacales (1974) de José
Luis Merino y El último proceso en París (1975) de José
Canalejas.
Pero tras lucir sus encantos físicos en La trastienda,
el reprimido espectador español salivaba más carne de Cantudo
y es que la joven no estaba nada mal. Jorge Grau volvió a contar
con ella para El secreto inconfesable de un chico bien (1975)
con José Sacristán, pero la película no obtuvo éxito alguno. No
obstante, la Cantudo incidió en el "destape" y volvió a mostrar
su anatomía en comedietas eróticas como Marcada por los hombres
(1976) de José Luis Merino y Las delicias de los verdes
años (1976) de Antonio Mercero. En este plan erótico-festivo
también apareció en El huerto del francés (1977) de Jacinto
Molina y en Las chicas del bingo (1981) de Julián Esteban.
Decidida a internacionalizar su dotes exhibicionistas
se embarcó en coproducciones italianas -Pasión (1976) de
Tonino Ricci- mexicanas -Las mujeres de Jeremías (1980)
de Ramón Fernández- e incluso en una insólita coproducción entre
España, Liechtenstein y Grecia, ¡toma ya! -La amante ambiciosa
(1982) de Omiros Efstradiadis-. A comienzos de los ochenta,
y ya con el declive del "destape" hispano, sólo aparece en media
docena de films, algunos de los citados y La vida, el amor
y la muerte (1981) de Carlos Puerto, Piernas cruzadas (1982)
de Rafael Villaseñor, Inseminación artificial (1982) de
Arturo Martínez y Sangre en el Caribe (1983) de Rafael
Villaseñor.
A partir de este momento María José Cantudo, objeto
de deseo del ibérico postfranquista, se centró de lleno en los
musicales y el teatro, consiguiendo cierto éxito como vedette
en espectáculos burgueses para pasar el rato. Su filmografía,
más bien mediocre, no ha aportado gran cosa al cine español, pero,
eso sí, ella pasará a la historia por haber sido la primera en
descubrirnos desde una pantalla que la mujer española de entonces
también tenía sexo.
|