Por
Manuel Ortega
Chen Kaige ganó hace unos años la Palma de Oro
de Cannes con Adiós a mi concubina. Era el reconocimiento
al trabajo, al tesón y la valentía de unos cineastas que a pesar
de imposiciones políticas y de una ajustada economía de medios
se dedicaban a hacer un cine de calidad en el "neo-comunismo-liberal"
de la China post-maoista. Era el reconocimiento si no definitivo
sí pionero para la llamada Quinta Generación del cine
chino conformada además de por el mismo Kaige por gente tan
consagrada en occidente como Zhang Yimou o Zhang Yang y gente
menos conocida y cuya obra se nos hace de más difícil acceso
como Tian Zhuang Zhuang o You Xiaowen.
Tras la imprevista
e imprevisible genialidad de Adiós a mi concubina, Chen
Kaige siguió intentándolo con obras como Luna tentadora y
El emperador y el asesino. Mientras que la primera fue
estrenada con más pena que gloria y su rara mezcla aparentemente
contradictoria entre sencillez y pretensión acabó por no interesar
a nadie, El emperador y el asesino se erigía en un intento
grandilocuente y excesivo de volver al rigor historicista que
tan gran éxito entre público y crítica le había dado Adiós
a mi concubina, pero desprovisto de la sensualidad y el
regusto amargo por la intrahistoria que la otra destilaba.
Pero ciertamente no sé porque les hablo de todo
esto, de este autor de tanto prestigio y calidad, y del cine
chino de los 90s en general, cuando la película que me ha tocado
en suerte reseñar parece haber sido dirigida por un pánfilo
de la estirpe de Philip Noyce, Steve Miner o Gary Fleder. No
por el director de Luna tentadora. Porque Suavemente
me mata (nada que ver con la estupenda canción de Roberta
Flack aunque le plagie el título) es lo que parece que es: un
thriller; sección psicópata; apartado sexual; bien construido
técnicamente sobre los lodos de una base argumental fatalmente
cimentada en clichés, lugares comunes, "deja vu"s variados,
ínclitos "todo vales" y desvergonzada inclinación hacia la casualidad
desdeñando a la siempre menos divertida (hay que currársela)
pero más eficiente causalidad.
Además, en lugar de copiar a El silencio de
los corderos o Seven (sin dudas las más copiadas
en el género) la debutante guionista, Kara Lindstrom, eficiente
directora artística que debe desconocer la famosa sentencia
de nuestro Refranero (habitualmente pernicioso, en este caso
no) que habla de no se qué zapatero y de no se qué zapatos,
se basa en la horrible declaración de principios reaganiana
sobre la pareja que era Atracción fatal. Una joven con
un buen novio y un buen trabajo lo pierde todo por una noche
loca de sexo y pasión con un desconocido, siendo sancionada
por la vida y el cine. ¿Se lo merece? Claro que se lo merece
y ese chiquito tan simpático que la embauca ha de ser el diablo
en persona. Sus crímenes no tienen móvil ni tampoco la menor
importancia, sólo crear expectación, dar algunos sustos
y que todo vuelva a ser como antes tras haber recibido una ejemplar
lección:
Trabajo fijo, pareja estable y orejeras de diseño.
¿Y cine? Siempre nos quedará Yimou.
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