Ficha técnica

 

 


Señales

El director es la estrella

Por Manuel Ortega

Leo, oigo, escucho, hasta en críticos de renombre y caché, que esta es la peor película de las tres filmadas por M. Night Shyamalan. Además de un desconocimiento o una desinformación suma (ésta es la quinta película del director de origen hindú, cuarta estrenada en nuestro país) demuestran un sentido del riesgo digno de mejor empeño al juzgar con tanta presteza y prestancia una propuesta tan subyugante como la que se nos ofrece. Señales, no es una película ni fácil para juzgar tan a vuela pluma, ni merecedora de una consideración tan fútil e insustancial. Los mismos que recogen sus babas ante la nueva película de Mendes (una tontería bien hecha, pero una tontería al fin y al cabo) negarán el pan y la sal al director más constante en cuanto calidad de los jóvenes directores norteamericanos (léase los que hacen cine en EEUU). Allá ellos.

Señales nos cuenta la invasión de nuestro planeta a cargo de unos extraterrestres altos, verdosos y hostiles que ni se comunican, ni aprenden nuestra lengua, ni falta que les hace, ni ganas que les entra. Todo visto desde el interior de la casa de un cura que ha perdido su fe y a su esposa al unísono. Les acompaña sus dos hijos y su hermano. Nunca una invasión ha sido tan poco visible (porque hay cosas que se ven: algún espécimen, informativos televisivos) y a su vez tan creíble, tan vesosímil, tan real. La aceptación del fin del mundo recuerda a la escalofriante película de amimación de Jimmy T. Murayaki, Cuando el viento sopla. El padre sin fe ni de Dios, ni de salvación, ha de sacar algo de dentro para que sus tres acompañantes no pierdan los nervios. Y a ratos no lo consigue. Shyamalan sabe acumular, sin obturar, pequeños detalles, aparentemente nimios, sutiles y sugerentes, que irán conformando el desarrollo y el desenlace del encierro. La casa pasa a ser nuestra casa, comenzamos a conocerla palmo a palmo, sus objetos son ya nuestros y, como si estuviéramos inmersos en una videoaventura, tendremos que saber utilizarlo. Shyamalan lo utilizas bien.

Sigue sin estridencia con planos largos y minuciosos, con insertos simbólicos (esa imagen del pueblo y de la iglesia desde arriba, más signos), y flash backs que ralentizan la acción en los momentos más violentos. El toque Shyamalan está por un aparte ahí, en ese ojo prodigioso que nos inquieta con solo mirar atento y a todos lados. Por otra parte también está en lo temática, en el fondo, en la trascendencia. Como en El sexto sentido y El protegido se nos relata la redención de un buen hombre que ha cometido errores. En este caso los extraterrestres llegan para devolver la fe (el miedo a lo supremo) a Mel Gibson. Esto junto a la materialización de un desenlace que no contaré es lo que hace que esta película no llegue a las más altas cotas de este director y de este año. Pero su discurso se torna repetitivo y para el cinéfilo ateo o agnóstico, cargante. El rollo mesiánico otra vez. Esa aura que rodea al personaje principal ya esté muerto sin saberlo, descubriendo que es un superhéroe o defendiendo a su familia ante la llegada de lo desconocido. Toques de autor.

Sólo podemos seguir confiando que este diamante de nueva hornada sepa seguir conjugando el cine para todos los públicos con la inteligencia que se le presume a gente a la que se le confían tantos millones de dólares. Eso es el cine en estado puro, el espectáculo de feria que, además de divertir, esté hecho con respeto a la exigencia del más letrado de sus espectadores. Y del más iletrado.

 

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