Por
Manuel Ortega
El cine español cada vez se acerca más al americano
en formas y fondos, en historias y prosodias, dimes y diretes,
virtudes y defectos. Lo que allí sale y marca estilo no sólo
es copiado por sus compatriotas sino que, en la globalización
fecunda e imparable de principios de milenio, se expande por
Europa y su comunidad económica como si fuera un anuncio de
Coca Cola. El sexto sentido, por otra parte magnífico "aquiestoyyo"
de ese director de Shayamalan, ha dejado enésimos sinsentidos
desde su estreno allá por los primeros meses del año 2000 de
nuestro señor Jesucristo. Su mezcla de terror light,
de ese que es preferible ver acompañado de una persona del otro
sexo (o del mismo sexo si gustan, ay maldita corrección), con
inquietudes metafísicas pero sin pasar por el turmix de la complacencia
y la glucosa de Bruce Joel Rubin, resultó admirable y esperanzadora
muestra de que en cine, viejos temas podían ser tratados mediante
nuevos enfoques. Pero luego, nada. Estandarización, masterización,
decepción.
La
opera prima del prometedor López Amado es la aportación
nacional a tan incipiente subgénero y realmente es de agradecer
el espíritu de riesgo que ha tomado desde un principio. No es
una película fácil y es de agradecer. Se nota voluntad de estilo
y es de agradecer. Cuida todo los aspectos formales (destacando
el tema principal de Bingen Mendizábal) y es de agradecer. Pero,
ciertamente, y muy a pesar de las buenas intenciones, poco más
agrada de Nos miran. Ya sabemos de que está empedrado
el camino hacia el infierno.
¿Qué desagrada? Empezando por un guión que busca
la profundidad en lo que aparentemente no lo es (El sexto sentido
destacaba sobre todo por un espíritu diáfano en la concepción
de sus espíritus), que se embrolla en sí mismo en una historia
que transcurre con correcta linealidad, si exceptuamos los inquietantes
flash-backs, que se trunca en más de una ocasión, un
dibujo de personajes esquemático a los que no ayuda para nada
la impropia afectación del normalmente sobrio y correcto Carmelo
Gómez ni la aparición estelar (?) del cada vez más caricaturesco
Karra Elejalde, o una sensación de "dejà vu" que no nos abandona
en ningún momento de la proyección. Todo se torna previsible
y predecible. Y eso es lo peor que se puede decir de un guión
que busca la sorpresa a toda costa y con todo tipo de trucos,
que se le vean los fotogramas cinco minutos antes que aparezcan
en pantalla.
El cine español se encuentra en la encrucijada
de lo autóctono o lo foráneo, de tirar por el camino que siempre
hay a la derecha o de convertirse en una fabrica de espejos
que siempre miran a nuestra izquierda geográfica. Lo apropiado
como siempre sería el mestizaje inteligente: conseguir el acabado
del cine norteamericano sin acabar con las raíces más características
de nuestra forma de ver, de hacer. Nos miran se pierde
en estos vericuetos y no sabe salir de la encrucijada planteada.
Y es una pena porque se ve que hay un director con inquietudes,
con ganas de hacerlo bien, con base y con altura fílmica, y
que aún no está tan pagado de sí mismo como otros debutantes,
pero su carta de presentación contiene demasiados borrones,
demasiadas erratas y sobre todo, ante todo, para todo, un modelo
(de carta) equivocado.
|