Ficha técnica

 

 


Mi gran boda griega

La gran bola americana

Por Manuel Ortega

Uno se espera algo más, la sorpresa del año, ese filme modesto y simpático que a base de honestidad (no necesariamente brutal) y certeza se hace con el corazoncito del espectador que va a las salas. El boca-oreja, los tomates verdes fritos del menú anual del Burger Hollywood, el comestible natural entre diminutas porciones de plástico y mentira. En la foto salen muy grandes, pero luego te sobran manos y te sobran dedos cuando las degustas. Pero no se degusta porque ni siquiera gusta. Y entonces empiezas a hacerte preguntas:¿Por qué los americanos son así?¿ Por qué Grecia fue de otra manera?¿Qué pálpito extraño me hacía confiar en esta peli?¿Me he dejado puesta la lavadora? Cuando descubrí que efectivamente sí, tenía que haberme ido a apagarla. Pierde agua.

Y esta gran boda griega pierde atractivo a cada fotograma, cada secuencia está planteada con una abulia, una falta de imaginación, una desgana más alarmante que la anterior. Ni nos interesa la historia de esa fea (que tampoco lo es tanto, válgame Juana), ni nos creemos que se ligue al guaperas WASP (por cierto, el ser feo no es símbolo de ser profundo como vemos casi siempre, ya que en pantalla siempre van por el más espectacular de los elegibles, que aprendan de Shrek cojones) con una sola sesión de cutre peluquería y maquillaje de barrio. Ni nos lo creemos, ni nos interesa ese padre tan duro él, pero tan bueno en el fondo, ni que toda la bonhomía que se nos muestra sea claramente interesada para el mantenimiento de valores tradicionales "para que nada cambie para que nada cambie". Esto no lo dijo Lampedusa, quizá lo hiciera Bush padre e hijo (¡qué buen nombre para su funeraria!) o Tom Hanks y señora (¡buen nombre para su pastelería!), productores del filme.

Los preparatorios, las pausas y sus prisas, los nervios, los chistes sin gracia, las dudas sin fundamento, los amigos, las amigas, familiares y conocidos etc... son retratados con artesana rutina lindante en lo televisivo por Joel Zwick, director habitual en esas lides y del que aquí en nuestro país hemos podido ver series como "Cosas de casa", "Padres forzosos" o "Primos lejanos", todas acomodadas en el campo semántico de la familia y su inevitable concordia y felicidad aunque sea entre elementos inasociables por la lógica. Nada que ver con Matrimonio con hijos, Infelices para siempre o Los Simpson por poner tres ejemplos claramente significativos (y gratificantes). Y hablando de familias, no sería extraño que Joel fuera primo cercano (y perdón por el chiste fácil) de Edward y su cine alicorto y mediocre.

El guión es de Nia Vardalos, actriz protagonista, que lo representaba como monólogo cuando la descubrió Rita Wilson y le ofreció que lo adaptara para la pantalla grande. Pues eso, la pantalla se le hizo grande y cayó en lo convencional, en lo francamente aburrido. Su posible carácter autobiográfico en lugar de sublimar las técnicas narrativas, de trascender el discurso personal e individual para hacerlo reconocible, colectivo, como ya hiciera varias veces el gran Moretti, hace que la autenticidad se torne en mediocre cliché, en trillado estereotipo. Una pena, pero con pan.

 

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