Ficha técnica

 

 


Guerreros

Historias para no dormir

Por Manuel Ortega

Siempre he pensado que Calparsoro era un director en ciernes, falto de un guionista que lo amparase y de un buen encargado de casting, un tipo que no explotaba del todo sus virtudes y al que le explotaban en la cara sus defectos. Un joven con talento pero quizá con demasiadas ínfulas, con un acongojante poder visual y con una solemne carestía verbal, con una impresionante habilidad para crear atmósferas y con una preocupante incapacidad para mantenerlas, que había visto mucho pero que había entendido poco, que sabía cómo iba esto pero no de qué iba.

Eduardo Noriega y Eloy AzorinViendo el inventario reunido para éste, su último filme, había posibilidades de que algunos de sus males endémicos se vieran soslayados. Además su anterior obra, Asfalto, ya empezaba a apuntar cierta mejora con respecto a sus primeros balbuceos, que curiosamente ya habían sido encumbrados por una crítica ávida de nuevos valores, cimentada en la falsa creencia de que el cine español pasa/ba un momento inigualable de calidad, que el tiempo lógicamente con la frialdad y el distanciamiento que da la razón (¿o era al revés?) evaluará en su justa y escasa medida.

Ahora cuenta con la colaboración en el guión de Juan Cavestany (en su haber el magnífico libreto de Los lobos de Washington) que le da consistencia a diálogos y desarrollo de la historia y una elección de actores mucho más abierta que el típico y susurrante elenco habitual del Calparsoro. Luego también pasa de narrar esas historias entre intimistas entre imposibles acaecidas en un lumpen de diseño y ropa de marca para universalizar su discurso llevándonos a la vuelta de la esquina, a los mil gusanos que habitan y se reproducen en el corazón de esta Europa del euro, tan feliz ella con poder comprar un yogurt en Bélgica sin tener que cambiar de moneda que no se percata de que en el centro geográfico se siguen matando sin que nadie pueda poner paz.

Y en esas están los personajes de Guerreros, jóvenes pertenecientes a la KFOR que en el invierno del 2000 en la frontera entre Kosovo y Serbia tienen que poner paz y arreglar un transformador de la luz (la película está cargada de símbolos) en una pequeña aldea kosovar. Pero nadie puede poner luz a la ceguera del odio irredento, a la del odio cotidiano, a la del odio de una guerra que acaba de terminar sin terminar con el odio. Esa zona ha retrocedido unos cuantos siglos y los soldados españoles (y un francés) se ven arrastrados en ese proceso involutivo atroz.

La animalización (¿humanización? ¿vuelta a la verdadera esencia de nuestro orden primate?) va in crescendo desde la muerte de la interprete, ya todos se limitan a atacarse entre sí, empujados por el miedo, por el horror, etc..Tiene Guerreros muchas imágenes impactantes rayanas en la pesadilla, como la de la fosa común en la que se esconden nuestros "héroes" (aplíquesele toda la ironía que cada uno tenga a este término) en la que les llueve del cielo un buen número de cadáveres con su correspondiente dosis de cal viva y sobre todo la que me parece resumen significativo del tema principal de esta película, aquella que tras asesinar a un guerrillero albano-kosovar todos se arremolinan ante él, comiéndose los víveres que éste llevaba. La cámara se aleja y muestra perfectamente como esos hombres y mujeres engullendo encurvados con las manos encima de un muerto se convierten en buitres, en animales carroñeros, en animales.

Calparsoro ha dirigido su mejor película, espero que aun no haya tocado techo y pueda ofrecernos buena muestra de cine de género como en este caso.

 

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