Ficha técnica

 

 


El dragón rojo

Regreso a El silencio de los corderos

Por José Antonio Díaz

Cuando todavía no se han apagado totalmente los rescoldos de la polémica en torno a la anterior película de la saga sobre Hannibal Lecter, la de Ridley Scott, militantemente vilipendiada por la mayoría de la crítica, que la tachaba de megalómana, hueca y excesivamente comercial, frente a una minoría que encontraba en ella un deslumbrante nuevo hito en la carrera del recuperado realizador británico, ya tenemos en las pantallas grandes la que cronológicamente constituye la precuela de las dos que han popularizado al personaje de las novelas de Thomas Harris (El silencio de los corderos y Hannibal), y la cuarta en total (la desconocida Manhunter, de Michael Mann, sin el protagonismo de Anthony Hopkins, data de 1986).

Edward Norton y Anthony HopkinsEn contraste con El silencio de los corderos y en la línea de Hannibal, El dragón rojo está respaldada por una espectacular producción, pero no se parece a la última en su justificación: mientras la historia de Hannibal adquiere su sentido en una megalómana ambientación y en una progresión operística y coreográfica y requería un despliegue técnico de tal magnitud, El dragón rojo, como en el film protagonizado por Jodie Foster, sobrevalorado en su simpleza, queda limitada a un argumento tan básico y convencional como la resolución de un caso policial con perturbado incluido.

Sorprendentemente dirigida por un director (Brett Rattner) con solo dos productos de saldo de la estrella de serie B Jackie Chan en su haber, hay en esta última entrega una notoria descompensación entre la historia a contar y los medios destinados a ello. A un caso policial que en condiciones normales no daría más que para un telefilme de presupuesto alto se le pone a su disposición todos los recursos que pueden ofrecer varios macroestudios, lo que en sí mismo no determina la calidad del resultado, pero sí promueve unas expectativas desproporcionadas que, como tales, apuntan hacia la decepción. A favor de sus responsables (seguramente más los productores que ese director de paja), hay que anotar que en todo momento consiguen evitar la caída en un efectismo fácil que aprovechara todas las posibilidades materiales disponibles.

Ralph FiennesY a ello contribuye que el guión es del mismo autor que el de El silencio de los corderos, Ted Tally, que traza una contenida estructura narrativa que deja el grueso de la función en manos de un reparto impresionante, en el que, a la verdadera alma mater de toda la saga, el intocable Anthony Hopkins, se suman la turbiedad de Ralph Fiennes, en un papel de segundo villano que se ajusta como un guante con sus características, la falsa inocencia del cada vez más grande Edward Norton, una especie de Javier Bardem de la industria cuya credibilidad y progresión no parecen tener límites, la fragilidad de Emily Watson y, ya como secundario, un Harvey Keitel que, cuando quiere, también sabe cómo ser simplemente solvente.

Yendo a contracorriente de la tendencia de la serie a dar cada vez más importancia al personaje de Hannibal Lecter, probablemente a causa del deseo de sus productores de ser más fieles a las novelas de Thomas Harris, El dragón rojo relega al personaje de Hopkins a una presencia más modesta en un metraje que, así, pierde en interés y profundidad lo que gana en ritmo y funcionalidad, es decir, una vuelta radical a la sobrevalorada modestia de El silencio de los corderos.

 

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