| Por Carlos 
                  Leal A mediados de los 80, Eddie Murphy era sin duda 
                  uno de los cómicos de más proyección del 
                  cine estadounidense. Comedias como El príncipe de 
                  Zamunda, aunque orientadas en principio al público 
                  afroamericano, gozaron de una gran popularidad en todo el mundo. 
                  Sin embargo, con los 90 su carrera entró en crisis, con 
                  películas tan mediocres como Su distinguida señoría, 
                  Boomerang o Un vampiro suelto en Brooklyn, que 
                  ni siquiera lograron satisfacer al público adolescente.  Su 
                  regreso al estrellato vino marcado por los remakes de 
                  dos comedias de los 60: El profesor chiflado y Dr. 
                  Dolittle. Sin embargo, Eddie Murphy había cambiado; 
                  ya no era el provocador ídolo de jóvenes afroamericanos, 
                  sino un showman para todos los públicos. Años 
                  después de hacerse famoso por su parodia de Bill Cosby 
                  en el programa "Saturday Night Live", en Dr. Dolittle 
                  2 Murphy se ha convertido apenas en un clon gesticulante 
                  de la estrella de la televisión estadounidense.
 Y es que, ante todo, Dr. Dolittle 2 es 
                  una película destinada al consumo familiar, y, como tal, 
                  evita los chistes subidos de tono (al margen de algún 
                  arrebato escatológico), las incorrecciones políticas 
                  y los conflictos siquiera ligeramente adultos.  Famoso en el mundo entero por su capacidad para 
                  comunicarse con todo tipo de bichos, el doctor Dolittle lleva 
                  una ajetreada vida en San Francisco, donde tiene una consulta 
                  en la que recibe a pacientes humanos y animales por igual. Su 
                  vida da un vuelco cuando descubre que su hija, de 16 años, 
                  está saliendo con un joven repartidor de pizzas.  Al mismo tiempo, los animales de un bosque californiano 
                  acuden a él para que les ayude a conservar su hábitat, 
                  amenazado por unos desalmados madereros. No se sabe demasiado 
                  bien por qué, la única forma de salvar el bosque 
                  pasa por que una osa en peligro de extinción se aparee 
                  con un ejemplar que se ha criado en un circo y no está 
                  demasiado entusiasmado con la posibilidad de regresar a la vida 
                  salvaje. Así pues, asumida ya en la primera entrega 
                  la capacidad del personaje encarnado por Eddie Murphy de hablar 
                  con los animales, esta secuela le asigna una misión ecologista 
                  muy del gusto del cine estadounidense actual (que no de la política, 
                  como se ha visto en torno a los acuerdos de Kyoto). Sin embargo, la acción no está 
                  tanto en las muecas de Eddie Murphy como en los animales animatrónicos, 
                  sobre los que descansa la mayoría de los (todo sea dicho, 
                  escasos) momentos cómicos de la película. Especialmente 
                  simpáticas resultan las referencias a filmes como El 
                  silencio de los corderos, La guerra de las galaxias o 
                  El padrino.  En todo caso, quizá lo peor de Dr. 
                  Dolittle 2 sea su manida moraleja destinada a ensalzar el 
                  valor de la solidaridad y la familia. En resumen, una oleada 
                  de buen rollo que quizá complazca a audiencias infantiles 
                  pero que aburre mortalmente a cualquiera que levante más 
                  de seis palmos del suelo. |