Ficha técnica

 

 


Corazones en Atlantis

La alargada sombra de Stephen King

Por José Antonio Díaz

Del supuesto daño que la todavía reducida obra de Quentin Tarantino ha producido al cine se ha dicho y escrito hasta la náusea. Pero parece que la influencia de la obra de otras ilustres figuras no tan directamente implicadas en la producción pero de huella tan larga y profunda como la del chico malo del thriller de los 90, como Stephen King, tienen patente de corso. Aunque las adaptaciones de sus novelas y cuentos, fieles o libres, tienen una entidad desigual (desde la calidad indiscutible de Dolores Claiborne, las aceptables aunque sobrevaloradas Misery o Cadena perpetua, hasta un cúmulo de obras menores cuando no infantiles basadas en la fantasía paranormal más simple y hasta truculenta -La milla verde-), la influencia de Stephen King en el cine comercial es tan negativa o más que la de Tarantino.

En unos años en que dicho cine en los EE.UU. se debate entre la falta de imaginación y la censura más o menos asumida de la corrección política, la obra literaria del escritor norteamericano ha permitido a Hollywood durante muchos años tener un asidero y, por tanto, una excusa, tanto para profundizar en esa tendencia acomodaticia en la que las historias evidentes e impactantes, con el agravante del melodramatismo más tópico y homologable, han sido la reina de la función, como para no molestarse en crear historias originales, de origen exclusivamente cinematográfico.

Que Corazones en la Atlántida haya sido dirigida y escrita por los otrora prestigiosos Scott Hicks (Shine) y William Goldman (Todos los hombres del Presidente, Dos hombres y un destino) respectivamente, no hace sino confirmar la existencia de una especie de corriente subterránea a la vera de las vistosas historietas de King, promovida por o a la que se ha unido sobre la marcha los grandes estudios de Hollywood, que tiende a uniformizar por abajo, a cuenta de una sentimentalidad elemental, las películas que osan basarse en sus historias, independientemente de quiénes sean los responsables de turno.

Con el único y relativo aliciente de estar secundariamente protagonizada por Anthony Hopkins, Corazones en la Atlántida se vertebra sobre el papel en torno a la relación de un chico huérfano de padre y del cariño de su madre, cuyo único apoyo son sus dos inseparables amigos, con el nuevo inquilino de la buhardilla de su casa (Hopkins), un hombre maduro de enigmático pasado y presente y cuyas ideas revelan al hijo de su casera una nueva dimensión a la vida. Pero en la puesta en escena de un guión desconcertante (y no por complejo) no se entiende cuál es el atractivo del personaje del nuevo inquilino, más allá del infantil y pomposo secretismo que le confiere su guionista, ni cuál es la corriente de complicidad que se supone se crea con el chico.

Una serie de frases de espiritualidad barata e hinchada, como de libro de autoayuda, salpicando aquí y allá unas pocas conversaciones, son la única pista de que debemos de estar ante una relación más grande que la vida. Lo demás es pura arbitrariedad en una sucesión de secuencias deslabazadas que, así, no construyen nada que merezca el nombre de historia, con lo que se da la paradoja de que una cinta que rezuma imágenes de un apreciable buen gusto y de una contenida sentimentalidad acabe resultando melodramáticamente enfática. Donde no hay progresión, finalmente hay imposición.

   

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