Ficha técnica


 


Astérix y Obélix: Misión Cleopatra

Cine mudo hablado

Por José Antonio Díaz

Lo bueno de basarse en un cómic que, además, tiene como una de sus características el humor físico, es que se presta como un guante a la hora de poner en pantalla todo tipo de efectos especiales, uno de los principales atractivos mediáticos de esta incipiente saga de los dos guerreros defensores de la civilización gala frente a la homogeneización imperial romana. Pero uno de los principales méritos de la segunda entrega de Astérix y Obélix consiste en no acumular, enlazándolas, las secuencias con dicho contenido, sino distribuirlas uniformemente a lo largo de su metraje.

Depardieu con perroSin embargo, la principal virtud de la segunda entrega de Astérix y Obélix es no tener ninguna pretensión artística, con lo que los resultados, ajustados a una producción muy profesional, devienen suficientes y, apurando, hasta satisfactorios.

La excusa argumental es tan trivial como cabe esperar en una superproducción basada en un cómic juvenil de éxito: en Egipto, en tiempos en que no era más que una provincia del Imperio romano, Cleopatra, harta de soportar las ínfulas colonialistas de su amante Julio César, le intenta demostrar que su pueblo es todavía portador de una civilización a la altura de la romana y, para ello, manda construir un palacio grandioso en el plazo record de tres meses. Consciente de la imposibilidad de llevan a buen puerto tal misión por los medios tradicionales, el chapucero arquitecto al que se le encarga la magna obra (Numérobis) recurre a la magia de la pócima que ha hecho posible que el pueblo galo de los dos célebres personajes haya podido resistir a la invasión de los ejércitos romanos.

Soportados por un guión eficaz, los dos primeros tercios (especialmente, el primero) transcurren con una progresión digna de tal nombre que elevan el nivel de una cinta destinada a poner en pantalla las gracias físicas de sus dos personajes principales. A la buena progresión hay que sumar un tono políticamente incorrecto, irónico, que hubiera sido imposible encontrar en una superproducción similar del otro lado del Atlántico, así como constantes guiños de humor adulto basados casi exclusivamente en fragmentos de célebres temas musicales. No se escenifican diálogos chistosos enlazados por celuloide de trámite, sino que los chistes se insertan dentro de una historia si no precisamente enjundiosa, sí contada con un rigor digno de mejores causas (argumentos).

Jamel Debbouze junto a Monica BelluciPero lo que salva a esta cinta de la mediocridad es el personaje del arquitecto egipcio, auténtico protagonista de la historia por encima del estrellato de Depardieu y Clavier y, sobre todo, el actor que lo interpreta, Jamel Debbouze, que saca petróleo cómico de unos diálogos que parecen haber sido concebidos a partir de su personalidad y que consiguen a la vez provocar la risa o la sonrisa sin apartarse de su función en el guión de, a la vez, ir haciendo progresar la historia.

Así, de una historia de una levedad insufrible para una entendederas mínimamente adultas, acaba quedando el buen sabor de boca de un tratamiento cómico lo suficientemente universal como para que un espectador de cualquier edad y nacionalidad pueda encontrar algún detalle al que agarrarse.

   

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