Ficha técnica

 

 


La casa de la alegría

Hermosos cadáveres

Por Javier Pulido Samper

No parece que el baño de masas conseguido por Jane Austen a raíz de la adaptación de algunas de sus obras a la gran pantalla se repita con Edith Wharton. Y es que trasladar la obra de esta novelista americana ha traído de cabeza al mismísimo Scorsese, que no pudo pasar del aprobado con La edad de la inocencia. El nuevo intento de recrear el universo de Wharton viene de la mano del siempre eficaz para estos casos cine británico, y supone una reorientación de la carrera del director Terence Davies, que huye aquí de toda tentación biográfica y acomete una producción de época seca, brutal y dura.

La casa de la alegría, que se ha estrenado de tapadillo a pesar de su fuerte resonancia en festivales como el de Valladolid, disecciona el ascenso y caída en desgracia de Lily Bart por los vericuetos de la nueva burguesía de principios de siglo en Nueva York y goza, en las formas, de la misma suntuosidad y ostentación formal que otras películas como Sentido y sensibilidad. Sin embargo, y a diferencia de la mayoría de las producciones de resabio victoriano, traza un fresco demoledor de la cara menos complaciente de la sociedad de la época, con clara voluntad de extrapolar sus males y sacar de ellos conclusiones atemporales.

Estructurada en dos bloques narrativos perfectamente diferenciados, Davies se dedica en el primer tramo de la producción a ofrecer la enésima recreación de lo que algunos realizadores entienden por época victoriana, con ese mundo arquetípico de intrigas soterradas y odios encubiertos, de reuniones de sociedad y largos viajes en barco donde el aburrimiento es moneda común. La voluntad de alejarse de trabajos anteriores hace que el realizador británico siga aquí demasiado al pie de la letra la novela de Warthon, lo que provoca unas replicas excesivamente mecánicas y una exagerada distancia respecto a lo narrado, particularmente en algunos parajes que pretenden transmitir frialdad y al final invocan al tedio. No parece, sin embargo, que este opción formal sea gratuita, puesto que Davies traslada esta deliberada frialdad y contención a unos escenarios interiores angustiosamente desolados y a unos personajes que no pueden sufrir problemas del corazón porque simplemente carecen de él.

Es una verdadera lástima que esta parte se encuentre prolongada hasta el exceso, (la película se extiende hasta las dos horas y media prácticamente) puesto que a efectos de lo narrado no es sino un prologo al descenso a los infiernos de Lily, demasiado débil para permanecer a salvo de tiburones y arpías, y que hace gala de la única muestra de honradez que se puede ver en pantalla: no entregar unas cartas que probarían el adulterio de la mujer que ha provocado su caída en desgracia social. Es a partir de este momento cuando La casa de la alegría adquiere verdadero brío narrativo, y consigue que el espíritu de la novela no consiga estrangular los códigos de la representación fílmica. Se abre una espita de tintes dantescos para Lily, que funciona precisamente como contraste de los suntuosos y opulentos decorados del primer bloque. La producción, como la protagonista encarnada por Gillian Anderson, se va tiñendo de negro, pierde capas de glamour y finalmente llega hasta el mismo hueso.

La soledad y patetismo que se podía intuir hasta el momento alcanzan límites exasperantes, a medida que aquellos personajes que rodean a Lily muestran su verdadero rostro, más impostado a medida que ésta desciende en la escala social. La heroína de Wharton pasa así de quedarse dormida escuchando un recitado de Wilde a no poder dormir debido al abuso de psicotrópicos, para acabar siendo presa de un triste onanismo autoinmolante.

En el tramo final de La casa de la alegría, justamente donde Davies se desprende definitivamente del lastre denso de la novela es donde se consiguen momentos de gran cine, quizá porque la soledad, el dolor o la mentira se sienten más cerca cuanto más descarnados se muestran. Poco importan ya las referencias a la sociedad de la época, puesto que el relato es capaz de trascenderse a sí mismo por encima de sentimentales y melifluas producciones de época para convertirse en un abigarrado catálogo de atrocidades soterradas, donde la decadencia vital de Lily corre paralela a la del nuevo escenario que la rodea, de fotografía ocre y trazos duros. Wharton siempre vistió con las mejores galas a hermosos cadáveres vivientes a un paso de la descomposición interna. La adaptación de Terence Davies, pía y extremadamente respetuosa con los muertos, se queda unos pasos por detrás. Una pena.

   

Histórico de críticas de cine

Coloca cinestrenos entre tus favoritos

Suscríbete a la
lista de correo
  Nombre:
   
  E-mail:
   
   Estrenos
   Novedades
   Televisión

Foro de discusión

Enlaces

 

  Sobre cinestrenos.com     Publicidad     Contacta con nosotros     Sugerencias
© Cinestrenos.com 2003. Todos los derechos reservados.