Ficha técnica

 

 


Adaptation. El ladrón de orquídeas

El guionista es la estrella

Por Pablo Vázquez

No sé como empezaría Charlie Kaufman una crítica de su propia película, cerrando así el proceso que lleva de la literatura a la imagen y nuevamente al papel (pantalla de ordenador, en este caso). Tal vez se limitara a explicar la historia en plano general:

Varios escenarios/interior-exterior/día
Charlie es un guionista acomplejado y obsesivo, que atraviesa una racha de éxito. Vive con su hermano gemelo Donald, también guionista y molesta carga para su trabajo profesional. Recibe el encargo de adaptar la novela de Susan Orlean sobre un capturador de flores exóticas...

Etcétera, etcétera. Kaufman, absoluta estrella de la función, guionista y eje de la historia, ha forjado su talento en sitcoms afiladas como "Búscate la vida" o "Ned y Stacey". Un talento que estalló delante de nuestras narices en aquel juguete lleno de miga llamado Como ser John Malkovich; película que queda sólo como formidable anticipo de lo que ofrece Adaptación. Dejemos claro que no estamos ante un enésimo ejercicio de ingenio y manipulación del punto de vista. Si así fuera, sólo por incordiar, encontraría más avispados los pasatiempos realidad/literatura de Como destruir al agente secreto más famoso del mundo de Philippe de Broca o Black Story de Pedro Lazaga.

Por fortuna, el resultado final es mucho más que un puzzle para armar al salir del cine. Kaufman, con la ayuda de una competente y cómplice dirección de Spike Jonze, se permite todos los excesos y libertades imaginables; exactamente todas las que condenarían de inmediato los revisores de guiones de tercera. Particularmente no tengo nada en contra del exceso, ni siquiera en contra de la egolatría. Cuando el exceso es bueno, se le llama generosidad. Y la egolatría, cuando hay verdadero talento, es pura maduración, opuesta a la falsa modestia. Aunque este talento, tal como vemos en la película, es más una carga para su guionista que un don del cielo...

Meryl StreepLejos de ser un sueño perfecto y cerrado como Punch-Drunk Love (la obra maestra complementaria y opuesta a esta "adaptación"), la película de Jonze es caos falsamente ordenado en montaje paralelo, un necesario e impacable ajuste de cuentas con todo lo ajeno a la creación (y por supuesto, con la creación misma), con los otros -el contundente episodio de la camarera, el fácil pero eficaz estereotipo al que da vida Ron Livingston- y por extensión, con el mundo.

Buceando en su atormentando y triste universo y con el apoyo de un notable reparto (inmenso Cage, algo sobrevalorados Streep y Cooper), el autor construye una película que funciona a varios y poderosos niveles, con redenciones ridículas, proyecciones patéticas y conflictos de pega. Y en último término, logra una convincente celebración de la desobedencia. Porque visto lo visto, Kaufman se ha pasado por el forro casi todos los mandamientos de su maestro Robert McKnee: ha abusado de la voz en off, de lo cotidiano y personal, del sentimentalismo, del cine como terapia y masturbación. Ha sido pedante, excesivo, grotesco, incluso ridículo. Pero ha conseguido una película honesta, compleja y perdurable. Una de las que mejor han sabido reflejar la esclavitud del talento y el abismo creativo hasta nuestros días. Ahí es nada (funde a negro).

 

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