Texto: Roderick Jaynes.

 

 


La pelea por el título

El montador Roderick Jaynes confiesa las vicisitudes que precedieron la elección de El hombre que nunca estuvo allí

Una de las características de la vejez es la progresiva percepción de que uno ya no participa, y ni si quiera está al corriente, de la cultura que le rodea. Después de vivir en Haywards Heath, bastante alejado del negocio del cine, debo confesar que hasta hace poco no había oído hablar, ni mucho menos visto, Pearl Harbor, Límite vertical o Tomb Raider. Bueno, de Pearl Harbor sí había oído hablar en su sentido geográfico e histórico, pero la película no estaba en mi radar, por así decirlo. Alguien me dijo que su estrella era Ben Affleck, lo que le pedí que repitiera varias veces convencido de que estaba intentando expulsar una flema. Otras fuentes me confirman que ese es en realidad el nombre de una estrella del cine actual. Vivir para ver.

Digo esto para explicar mi perplejidad ante las muchas candidaturas para el título de la película cuyo guión introducen esas notas, candidaturas traídas una vez tras otra por los cineastas mientras yo trataba de concentrarme en el montaje del filme. Yo soy algo así como un montador de la vieja escuela, mientras que los hermanos Joel y Ethan Coen son cineastas con su propio estilo que habían comenzado a rodar su última película sin preocuparse de cómo se llamaría. "Los pensamientos no vuelan" fue un temprano título de trabajo que, gracias a Dios, decidieron descartar. También habían abandonado títulos más opacos que trataban de enclavar la película en el género negro: "Yo, el barbero", "El hombre que fumaba demasiado" y "Las andanzas de Nirdlinge". Los Coen pensaban en "Ed, presunto desaparecido" y "Mr Mum", ambos referidos al personaje central callado y alienado interpretado por William Thorton. Rechazaron como "demasiado sesentero" un candidato que no me pareció del todo carente de interés: "¡Te amo, Birdie Abundas!".

Al principio agaché la cabeza mientras discutían, luchando por hacer simples cortes en un material filmado por personas claramente ignorantes de los más simples mecanismos de construcción de la escena. La situación me era familiar, siendo esta mi séptima película con los directores, lo que me condujo a pensar si un montador con recursos no es a veces más que el amigo del director su cómplice, pues permite el descuido y la ineptitud de personas que de otra forma tendrían que reformarse. Sobre este tema podría escribir un libro (amigos de Faber & Faber, tomad nota).

Como dije anteriormente, estoy retirado. Ya sólo desenfundo mis tijeras para trabajar con los hermanos Coen. Pagan bien, sin duda por necesidad, pues sus planos o ellos mismos asustan a los montadores más jóvenes. En el caso de esta película, me prometieron endulzar el conjunto con un fin de semana de vacaciones pagadas en Blackpool si encontraba un título que pudieran usar. Así que acepté darle una vuelta.

Los títulos, en mi opinión, deben ser directamente descriptivos. Lo ambiguo, ingenioso o grandilocuente no funciona. Por tanto, mi sugerencia fue el directo y sencillo "Edward Crane". Imaginad mi sorpresa cuando los cineastas me llamaron mientras guardaba la ropa de verano en la maleta para decirme que pensaban que aún no habíamos llegado al título definitivo. Les ofrecí entonces una ampliación sensata, "Crane, el barbero". Cuando éste fue también rechazado comencé a cuestionarme mi propia decisión de asociarme con cretinos. Más aún cuando me explicaron que estaban buscando algo más poético, como "El otro lado del destino", que ambos encontraban atractivo pero no querían utilizar porque no estaban seguros de que el destino tuviera más de un lado. "Ninguno conoce mi nombre" era otro de sus favoritos, rechazado sólo por la superabundancia de emes y enes.

Habían solicitado mi consejo, me dijeron, porque pensaban que, siendo británico, quizá supiera "algún rollo de Shakespeare que funcione". Propusieron la teoría de que un buen título intriga, es sugestivo y hace que quieras saber más. Iba a sugerir "El hombre con el corazón de gas", pero, consciente de que querían algo con sabor a confesión morbosa, propuse "Mi corazón es gas". Ethan estuvo un rato meditándolo, y después me preguntó "¿pertenece eso a los sonetos?".

Puede que uno no debiera descorrer el velo que oculta el proceso creativo. He aquí dos personas respetadas en el mundo del arte de los que a lo mejor no es necesario saber que en realidad son más bien tontos. Pero por otra parte este conocimiento quizás sea positivo para el público general, imbuido por un excesivo respeto hacia las personalidades creativas. En un momento dado, mis propias reflexiones sobre su vacuidad personal me llevaron a un título que no me parecía del todo malo: "El hombre que nunca estuvo allí".

Y de hecho, los hermanos lo recibieron con entusiasmo. Pero al día siguiente un desolado Ethan me dijo que el título ya se había usado en una comedia de Steve Guttenberg de los 80. Cuando hice la pregunta obvia "¿quién es Steve Guttenberg?", Joel se rio y Ethan me miró fijamente y me dijo "¿recuerdas Loca academia de Policía?"

Aceptaré su palabra de que existe un tipo así que protagonizó una película con ese nombre; como confesé al principio de esta introducción, no soy ninguna autoridad en el tema. Joel propuso que, para ahorrarnos problemas legales, cambiar el título por "El hombre que nunca estuvo del todo allí". Cuando apunté que el cambio, aunque leve, alteraba el significado del título, Ethan me llamó pedante (los dos tienden a enfandarse cuando les corrigen). Llegaron a otros dos títulos bastante oscuros: "Nunca volveré a cortar el pelo para siempre" y "¡Estás loco, Ed Crane!". Así siguieron las cosas, en incómoda observación de alternativas insatisfactorias, hasta que los dos decidieron "llamar a Steve" y pedirle permiso para utilizar mi título claramente superior.

Un divertido Steve Guttemberg recibió una llamada telefónica incoherente (de la que sólo escuché una parte), que comenzó con ambos hermanos confesándole al mismo tiempo y con todo lujo de detalles cúanto les gustaba su trabajo, y terminó con la pregunta de si estaría bien usar "El hombre que nunca estuvo allí" como título para una película sobre un barbero que en realidad quiere montar una lavandería y un montón de gente que encuentra una muerte violenta. Una vez averiguó lo que estaban buscando, el señor Guttemberg informó a los hermanos de que él no era el propietario del título en cuestión, y les aconsejó llamar a la productora de la película, Universal Pictures.

Intimidados por la sola mención de Universal Pictures, dejaron el asunto en manos de la tropa de abogados cuyo trabajo a tiempo completo es proteger a ambos hermanos de ellos mismos. Asegurarse los derechos del título fue cosa de una corta llamada de negocios. Yo conseguí mis vacaciones, y vosotros tenéis la película.

Roderick Jaynes es el pseudónimo que utilizan los hermanos Coen para firmar el montaje de sus películas. Este artículo fue publicado como prólogo de la edición en inglés del guión de
El hombre que nunca estuvo allí.

 

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